Mientras Jesús les decía esto, llegó un personaje importante y se postró ante él diciendo: – Mi hija acaba de morir; pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá.
Jesús se levantó y, acompañado de sus discípulos, lo siguió. Entonces, una mujer que tenía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, pues pensaba: “Con solo tocar su vestido quedaré curada”.
Jesús se volvió y, al verla, dijo: – Ánimo, hija, tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquel momento. Al llegar Jesús a casa del personaje y ver a los flautistas y a la gente alborotando, dijo: – Marchaos que la niña no ha muerto, está dormida.
Pero ellos se burlaban de él. Cuando echaron a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. Y la noticia se divulgó por toda aquella comarca. Mt 9, 18-26
Mateo nos sigue mostrando ejemplos de esa vida marcada por la integridad entre palabras y obras, y lo que ello dice de la persona.
Y de paso, como verás, nos enseña algunas otras cosas. Acerca de Jesús, acerca de la vida.
Primero nos habla de un personaje importante al que conocemos (por el relato de Mc 5, 12-43 y Lc 8, 40-56) como Jairo, el jefe de la sinagoga. Ese hombre, Jairo, cuando se acerca a Jesús, se postra y le dice: Mi hija acaba de morir; pero si tú vienes y pones tu mano sobre ella, vivirá.
Jairo ve la realidad en esta clave de palabras-obras: primero, lo vemos postrarse ante Jesús como maestro; luego, cuando le hace su petición, mira qué certeza tan enorme expresa: mi hija ha muerto… pero si tú… pones su mano sobre ella, vivirá.
Jairo se postra ante Jesús, postra ante Jesús su importancia, expresando con su cuerpo que esa “importancia” suya se abaja ante Jesús.
Jairo sabe que si Jesús toca a su hija muerta, la niña vivirá. Esta petición expresa, por un lado, la fe que Jairo tiene en el poder de Jesús. Y también la certeza de que ese poder es tal que incluso, con solo tocar a la hija muerta, puede traerla a la vida.
Integridad entre palabras y obras en la persona de Jairo, en su certeza sobre la plenitud de Jesús, en quien palabras y obras no solo están integradas, sino que llegan a traer vida a lo muerto.
Las palabras de Jairo expresan un mundo en el que se da continuidad: entre lo que dice Jairo y lo que hace, entre lo que piensa de Jesús y su modo de dirigirse a él, entre lo que percibe de Jesús y lo que cree que es capaz de hacer… Un mundo unificado del que él forma parte reflejando lo que le toca reflejar en esta realidad.
Ya ves que lo de “importante” queda muy fuera de esta realidad profunda y densa, plena de comunión. Desde Jesús, el hombre íntegro, el hombre unificado, se ilumina lo que de integración hay o puede llegar a haber entre nosotros.
Y no es solo Jairo el referente de esta mirada que integra palabras y obras. También la hemorroísa, que se acerca por detrás y toca la orla de su manto, hace este gesto –que expresamos en dos momentos, pensar-tocar, que son uno solo-, por esta luz de la fe que la mueve: “Con solo tocar su vestido quedaré curada”. De nuevo, a la integración de palabras-obras en la mujer, Jesús responde revelándonos otra integración mayor: la que se da entre él y nosotros. La mujer se ha acercado a él con fe, y Jesús responde reconociendo el poder de su fe.
Un universo perfectamente integrado. No al modo de un reloj suizo o de un ordenador, sino conducido por la fe, que conduce nuestras palabras a la vida, y lleva nuestras palabras-vida al encuentro con Jesús, que responde uniéndose a nosotr@s, dando Vida a la vida.
No es que siempre sea así: cuando Jesús llega a casa de Jairo, los que se encontraban velando a una muerta se burlan de Jesús que les dice que la niña no ha muerto. Se burlan de Jesús, porque sus obras –estamos velando a una muerta-, les hacen creer que no hay más vida que la que ellos ven. En la vida nos encontramos muchísimas veces con esta distorsión entre las palabras y las obras, entre las obras y lo que profundamente somos… y cuando llega alguien en quien se manifiesta una integración que sobrepasa nuestros esquemas o lo que conocemos, reaccionamos de un modo igualmente desconectado en relación a él: se burlaban, poniendo distancia y rechazando una palabra que produce la salvación.
El que nosotros actuemos así, el que actuemos habitualmente así no impide que Jesús haga su obra. Puede que nosotros nos perdamos esa salvación enganchados en nuestras burlas o en nuestro desconcierto, pero la salvación es y se realiza. Dios, presente en Jesús, es salvación, y la fe de Jairo ha abierto la puerta a esta salvación con su súplica. La salvación sigue operante y se hace presente para quien cree.
Creo que el contemplar este universo llamado a la integración a todos los niveles –cósmico y personal, personal y cósmico-, y a Jesús como referente de una unificación que nos dice a dónde se dirige todo lo que se abre a la fe, y a la fe como fuente de integración… nos abre a otra manera de estar en el mundo.
¿Cómo lo ves? ¿Nos lo cuentas en los comentarios?
Imagen: Brooke Lark, Unsplash