Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (4,8-12)
Sal 117,1.8-9.21-23.26.28-29
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,1-2)
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,11-18)
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»
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En los domingos del tiempo de Pascua que seguimos celebrando, las lecturas nos muestran cuál es el modo de vivir la vida después de la resurrección de Jesús. Los tres primeros domingos nos han mostrado la clave: la clave es encontrarse con Jesús resucitado y creer en él. Estando unidas a él, la vida discurre por otros cauces que los que conocíamos antes. Discurre por cauces de vinculación y de amor.
Vamos a ver cómo es esto, qué dificultades tenemos para acogerlo así, qué vida se nos abre si creemos en las palabras de Jesús.
El mejor ejemplo es el evangelio que acabamos de escuchar, de leer. Jesús se presenta a sí mismo como Pastor. Un Pastor que se parece a otros pastores en cuanto que cuida a las ovejas. A la vez, Jesús, el Pastor, es muy distinto de todos los demás: los demás, si ven venir al lobo, salen corriendo. Jesús, en cambio, da la vida por las ovejas. Es una gran diferencia, la verdad.
Y hay otras: la siguiente de la que habla el evangelio es que Jesús, el buen Pastor, conoce a sus ovejas y ellas le conocen a él. Conocer, en la Biblia, es un verbo fuerte: significa “tener experiencia”. Es lo mismo que decir que Jesús se siente íntimamente vinculado a sus ovejas, nos conoce internamente y no solo de cara (por así decir)… Y ese conocimiento es recíproco: conozco a las mías y las mías me conocen, porque el hecho de que Jesús te conozca te cambia por dentro. Te da una sabiduría (es la fe de la que hablábamos en el segundo domingo de Pascua) que te permite conocer por dentro, conocer a Jesús. Y no conocer a Jesús de cualquier manera –dónde vivió, quién era su madre y lo que los jefes de los judíos pensaban de él-, sino re-conocer a Jesús. Que cuando oyes su voz, te resuena por dentro como la voz más verdadera de todas las voces que has escuchado, y quieres seguirla… Esto no nos pasa con muchas voces, que digamos…
¿Tienes experiencia de esto? Revive aquí tu experiencia, actualízala y experimenta lo real y lo poderosa que es.
Pero no es solo esto. No es solo que Jesús nos conoce y nosotras, sus ovejas, lo conocemos. Es que el modo de conocernos entre Jesús y sus ovejas es el mismo modo como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Del mismo modo que Jesús hace lo que quiere el Padre, y obedeciéndole, ha dado la vida por nosotr@s, sus ovejas, y del mismo modo que el Padre vive amando a Jesús y Jesús amando al Padre, así estamos llamados nosotros a vivir en relación a él.
Se aclara así cuál es la relación entre Jesús y sus ovejas. ¡Exactamente la misma que entre Jesús y el Padre, entre el Padre y Jesús! Un modo de vida nuevo, un modo de vida que se hace posible porque Jesús nos ha dado su vida, una vida que puede vivir al modo de Jesús dejando los modos viejos, sujetos al pecado que antes teníamos. Y entendemos –porque esto de las ovejas, al menos en esta época no nos suele gustar nada- que ese vivir como hijos, ¡pues lo somos! que dice Juan en la segunda lectura, da lugar a un modo de relacionarse concreto: el de la confianza que se traduce en obediencia. Jesús confía en el Padre TANTO que hace todo lo que el Padre le dice. Y a nosotr@s, por esta vida nueva, se nos está llamando a vivir una relación con el Padre al modo de Jesús: una confianza que se traduce en obediencia. En esta vida nueva, obediencia no se relaciona con jerarquía, con sumisión ni con acatamiento ignorante. Obediencia se relaciona con confianza, y la confianza viene del amor. De ese amor que es Amor y lo atraviesa todo.
No veas a las ovejas como tú sueles mirarlas. Míralas como Jesús, que nos ha amado así, las ve al ponérnoslas de ejemplo. Míralas como eso “otro” que son. Y es que las cosas son en verdad lo que son desde la mirada de Dios.
Cuando miras como Jesús, te dejas conducir por su mirada (te fías) y empiezas a poder ver las cosas como él las ve. Y él ve, nos sigue diciendo el evangelio de hoy, que no solo es la relación que tiene con sus ovejas, sino la que quiere llegar a tener con otras ovejas que no son de este redil. El anhelo de anunciar el evangelio que aparecía el domingo pasado, se retoma hoy en referencia a la pasión. El deseo de anunciar el evangelio y que llegue a muchos, a muchas más personas que conocerán también el amor de Jesús y responderán a ese amor, tiene que llenar nuestro corazón de discípul@s porque llena el corazón de Jesús. Tiene que llenar nuestro corazón de tal modo que estemos dispuest@s a dar la vida porque el deseo de Jesús, el deseo del Padre, sea.
Ya sé que siempre que hablamos de estas cosas te imaginas en un patíbulo, a punto de ser ahorcada. O muerta en un pelotón de fusilamiento, o pudriéndote en la cárcel o entregando tu vida en un linchamiento público. Igual se da, no lo sabemos, pero hasta ahora no se ha dado aquí.
Sí hay otro modo, muy real, de dar la vida: desgastarse cada día en favor de lo que Jesús, en lo profundo de nuestro corazón, nos dice. Entregarse cada día en lo que el Padre, a través de la vida, nos pide. Secundar lo que el Espíritu alienta en tu interior… Ese es, sin esperar a un martirio que no sabemos si será, el modo concreto y cotidiano de entregar la vida.
Y tú, ¿cómo lees este evangelio? ¿Cómo escuchas el gozo de Pedro al anunciarlo, ese que se reconoce en la primera lectura? ¿Qué despierta en ti la gozosa predicación de Juan, que exalta el inmenso amor de Dios por nosotr@s, que le ha llevado a hacernos hijas e hijos suyos?
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Imagen: Mike Labrum, Unsplash