En esta ocasión vamos a ver a personas que aman a Dios, a personas para quienes Dios es lo más importante. Al comienzo del capítulo 2 habíamos visto a Jesús, recién nacido, a María y a José en ese nacimiento que nos los propone en el mundo, como personas que efectivamente viven de una palabra de Dios. Veíamos a los pastores como personas que son iniciadas en esa palabra de Dios. Ahora vamos a ver a dos personas a Simeón y a Ana que también viven desde la alegría de lo que Dios hace, desde la palabra o la promesa que Dios les ha hecho. No sé si alguna vez te has preguntado por esto. Cuando nosotros vivimos en la vida de todos los días, muchas veces decimos, esta persona sólo vive para sus hijos, en el mejor de los casos o sólo vive para el alcohol, en el peor de los casos, en el un poco bastante peor de los casos. Pero a veces vemos a personas que se van interesando por cosas, a veces para aprender, a veces para llamar la atención de los demás, a veces con una entrega grande, a veces cogidas por algo, atrapadas en algo que no les hace bien. En nuestro mundo también hay personas así, personas que viven para la palabra que Dios ha puesto en su corazón y eso es lo que les llena los días y las noches, personas que aman a Dios sobre todas las cosas y de eso vamos a hablar aquí. Vamos a hablar de personas que viven de lo que Dios ha dicho.
Aquí se nos dice como Simeón y Ana al encontrarse con Jesús en el templo van a expresar este gozo con el que Dios se alegra de la presencia de su Hijo en el mundo y nos enseñan cuál es la reacción que tenemos que tener. Esto lo vamos a ver con el texto del capítulo segundo de Lucas que va de los versículos 21 al 40. No lo voy a leer, porque sería muy largo y me voy a fijar solamente en aquellas cosas que vamos a comentar y que nos van a ayudar a vivir al modo de Dios o que nos pueden ayudar a vivir al modo de Dios y ojalá te lo plantees así, para tu vida, el que también Dios quiere llenar tu corazón y que este sea el fuego que vaya abrazando tu vida. Se nos dice que a Jesús al octavo día cuando lo circuncidan, le dan el nombre, un nombre que quiere decir Dios salva, que es el nombre que le había puesto el ángel antes de la concepción y con eso se nos dice este reconocimiento de que Jesús es hijo de María e hijo de Dios. Cuando llega el tiempo de la purificación lo llevan al templo para presentárselo al Señor. Este es el contexto de esta historia que se nos relata. Se nos dice, que una vez que llegan al templo, se van a encontrar con Simeón y a la vez nos ponen en contexto, de quien es Simeón. Se nos dice así, Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Movido por el mismo Espíritu se dirigió al templo, cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora Señor según tu palabra dejas libre y en paz a tu siervo porque mis ojos han visto a tu salvador que has dispuesto ante todos los pueblos como luz revelada a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel. Un hombre aquí ha escuchado quizá hace muchos años una promesa de Dios y se nos dice que es el Espíritu Santo que ya ha aparecido en este capítulo 1 del evangelio de Lucas que veíamos hace unas semanas. El Espíritu Santo es el que mueve la vida en los creyentes. Se nos dice como este Espíritu de Dios, este Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, ha comunicado a Simeón que no morirá sin antes haber visto al Mesías del Señor. Lo que ocurre en la relación con Dios, es que Dios nos dice palabras a su modo, es decir palabras grandes. A nuestra pequeñez muchas veces le cuesta recibirlas. Muchas veces Dios nos habla y nosotros no nos enteramos porque negamos eso que hemos escuchado, porque decimos: “Es imposible que Dios me diga a mí esto, que Dios hable así”. Entonces nos perdemos las palabras de Dios porque hace falta llevar un largo camino de apertura a Dios, de apertura a la fe, de creer en que Dios es así, en que Dios bendice, en que Dios se comunica y se comunica a su modo, para cosas más grandes que las nuestras cotidianas, porque a veces sí que decimos: “ Dios me está hablando, pero me está hablando de cosas que le he pedido yo, como que haga buen tiempo en la boda de mi hijo o que salga bien de esta gestión o que en el médico pase no sé qué cosa que esperamos, o por fulanita.” En esas cosas que tocan a nuestra vida, podemos aceptar más esa presencia de Dios, pero cuando estamos hablando de cosas más grandes, decimos: “Es imposible que Dios me esté hablando de esto tan enorme”. Y entonces dejas de escucharlo e igual Dios te habla o igual deja de hablarte porque no escuchas y en cambio Simeón ha escuchado a Dios en grande, tal como Dios es. Porque para que se dé esto, tenemos que pasar de escuchar a Dios para mí, a escuchar a Dios en sí, de abrirme a Dios para mí, a abrirme a Dios en sí. Se nos está hablando de que Simeón ha escuchado esta palabra grande de Dios y la ha guardado en el corazón. Él ha creído en eso que Dios le decía. Al creer en eso que Dios le dice en su vida, está dejándose mover por esta Palabra de Dios y esta Palabra de Dios, efectivamente se sigue dando y en este darse, esa Palabra de Dios, aprendemos también otra cosa y es que el Espíritu lo conduce todo y en este caso va a conducir a Simeón después al templo y cuando lo ve lo reconoce. Estas cosas que humanamente decimos: “No sé cómo sé esto”, porque a nivel humano espontáneo, a nivel humano a secas también a veces decimos: “No sé cómo sé esto”, esos dones que hemos recibido de Dios y dice: “Tengo una capacidad o una facilidad que no sé de dónde me ha venido”, o sea que esto que se nos está diciendo es más grande que ese no sé cómo sé esto, a nivel de dones naturales, pero también se da. Entonces aquí se nos está diciendo que Simeón ha sido inspirado por el Espíritu de Dios y ha dicho: “Sé que este niño es el Mesías “. Y entonces lo ha cogido en brazos y ha proclamado gozosamente lo que Dios le había dicho. Primero se refiere a él: Ahora Señor según tu Palabra dejas libre y en paz a tu siervo porque mis ojos han visto a tu Salvador, su vida ya puede terminar, porque ya ha culminado esa palabra que Dios le dijo y la misión de esperar al Mesías, la misión de anunciar a otros que el Mesías iba a venir en este tiempo, porque mi vida no va a acabar hasta que yo conozca al Mesías. Eso me lo ha prometido el Señor. Pero sobre todo lo que hace, además de hablar de sí mismo, de la misión que Dios le ha confiado y que aquí culmina, sobre todo lo que hace Simeón es alabar a Dios, dice: Mis ojos han visto a tu Salvador que has dispuesto ante todos los pueblos como luz revelada a los paganos y gloria de tu pueblo Israel. Ahora no está hablando de sí mismo, sino que está hablando de Dios, de que Dios cumple sus promesas, esto que habías dicho, en ese momento se está cumpliendo. Que esta salvación es para todos y lo has dispuesto ante todos los pueblos. Este Mesías viene a salvar a todos y a todos, es a todos. Luz que se revela a los paganos y gloria de Israel al que también se le había prometido que esperara a su Mesías, a su Salvador, a su Dios. En este momento, hemos alcanzado el tiempo de la espera y hemos venido al tiempo de la realización. Ya está aquí el Mesías. Una cosa que no se nos está diciendo, pero que también se dice aquí, es que Dios, que este Mesías que ha venido, se revela a unos pequeños. Antes veíamos que se revelaba a los pastores, ahora se revela a Simeón. Ha sido clamoroso los gritos que ha tenido que dar Simeón en el templo, diciendo esto. Dice que los padres estaban admirados de lo que decía, que Simeón los bendice. Pero no parece que mucha más gente se haya enterado de esto y entonces aprendemos que Dios actúa en lo oculto, que en el templo se ha oído esto y los fariseos o los judíos en general que estuvieran allá, no se han enterado. Que ha hecho una nueva profecía, él había recibido una profecía del Espíritu y él a su vez ha hecho una profecía a María, que es que: “Una espada atravesará tu corazón, tu hijo va a ser bandera discutida, sacará la luz, lo que lleven todos en el corazón y tú misma vas a ser atravesada por ese dolor del hijo.” La veremos a María uniéndose a Jesús a los pies de la cruz, pero de esto tampoco se va a enterar nadie. Vemos por una parte que estos hombres y mujeres que viven de la vida de Dios en nuestra vida, en medio de nuestro mundo como decíamos antes, los hombres y mujeres que viven así de la vida de Dios, no son reconocibles tienen un aspecto como los demás, no brillan, no son súper llamativos e incluso cuando sean muy atractivos como el propio Jesús, seguro que María también lo era y Simeón, pero no tanto como para que nosotros quedemos ciegos y digamos:” He visto a Dios y no puedo negarlo”, sino que ahí está nuestra fe, ahí está nuestra capacidad de apertura, nuestra libertad y por tanto el modo como respondemos.
Después se nos habla de María y de José que se encuentran con Ana, una profetiza muy anciana que dice que tiene en este momento 84 años, que no se apartaba del templo, que se abría día y noche al Señor con oraciones y ayunos. Y esta de otro modo, no desde una entrega muy antigua, sino de otro modo, no habiendo escucho la profecía, una profecía, una palabra del Espíritu en su interior desde antiguo, sino que en este momento ha sido iluminada porque Dios habla de distintos modos a cada persona. Ha sido iluminada para reconocer en este niño a Dios, dice, dando gracias a Dios y hablaba del niño a cuantos aguardaban la liberación de Israel. Tenemos en este caso, antes decíamos un hombre, ahora una mujer, que tiene en común con Simeón esa misma pureza de corazón, ese vivir para Dios, ese vivir de lo de Dios, amarle sobre todas las cosas y en este momento en su corazón puro, actúa el Espíritu y ella también se convierte en una profetiza que reconoce al Mesías, da gracias a Dios por Él y lo anuncia a los que quieran escucharlo. Como en el relato anterior, también tenemos aquí que María y José que antes se maravillaban por lo que decían los pastores, aquí María y José se maravillan por lo que dicen Simeón y Ana. Tenemos una nueva ocasión para maravillarnos con lo que Dios hace en nuestro mundo, por reconocer que cuando Jesús aparece entre nosotros, la vida lo reconoce a Él como centro en aquellos que lo pueden reconocer, en aquellos que creen, que aman, que esperan; en unos porque se les ilumina de repente como los pastores que veíamos en la semana anterior y en palabras que el Espíritu ha puesto desde antiguo, desde hace tanto tiempo como en Simeón, en inspiraciones que se hacen en otro momento, en personas que igual ya profetizaban o que son llamadas en este momento a profetizar, como Ana. Veremos que el Espíritu actúa de muchas maneras y eso se nos está enseñando en este capítulo 2 y es buena noticia para tu vida porque contigo el Espíritu también actúa y también quiere hacer cosas a su modo. Si no te dejas respetará tu modo, pero si te dejas hará a Su modo en ti, que es el modo para el que has sido creada, creado.
Imagen: Clay Banks, Unsplash