En estas entradas leeremos el capítulo 16 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Palabra de Dios que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.
En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra desde este deseo y esta acogida.
Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamerle las llagas. Murió el pobre y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron. Estando en el lugar de los muertos, en medio de tormentos, alzó la vista y divisó a Abrahán y a Lázaro a su lado. Lo llamó y le dijo: —Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas. Respondió Abrahán: —Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro por su parte desgracias. Ahora él es consolado y tú atormentado. Además, entre vosotros y nosotros se abre un inmenso abismo; de modo que, aunque se quiera, no se puede atravesar desde aquí hasta vosotros ni pasar desde allí hasta nosotros. Insistió el rico: —Entonces, por favor, envíalo a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos; que los amoneste para que no vengan a parar también ellos a este lugar de tormentos. Le dice Abrahán: —Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen. Respondió: —No, padre Abrahán; si un muerto los visita, se arrepentirán. Le dijo: —Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso. Lc 16, 19-31
La parábola que Jesús nos cuenta hoy nos dice cuál es la Palabra de Dios sobre una realidad que nos sigue mostrando cómo vivir en nuestra vida. La Palabra de Dios nos va a llevar a ver cómo se vive en nuestro mundo.
Se nos muestra, por un lado, a un hombre, Epulón, que vive con gran abundancia material, y a su lado tiene personas que sufren a su lado: había un pobre, llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamerle las llagas. La Palabra nos muestra la ceguera del mundo y la pobreza, incluso de expresión, del otro.
Este hombre, el rico, lleva su fractura hasta la otra vida. Incluso en ella, sigue mirando a Lázaro como a un criado al que darle órdenes: envía a Lázaro, para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua; pues me torturan estas llamas; y lo mismo en relación a sus hermanos: Entonces, por favor, envíalo a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos; que los amoneste para que no vengan a parar también ellos a este lugar de tormentos. La misma ceguera de quien es obsequioso con quien considera poderoso, y no ve al pobre sino como alguien que solo existe para servirle a él. La ceguera de nuestra mirada en lo poco, como decía Jesús al principio del capítulo, se manifiesta en ceguera para siempre, por lo que no se le confiarán los grandes bienes, aquellos que son los verdaderos bienes, aquellos que nos vinculan a Dios, como hijos e hijas de Dios que somos.
Si vivimos dominados por el dinero, cada vez se nos hará más difícil entender a Dios y su lógica, tal como se habla de ella en medio de las circunstancias de nuestra vida.
Si ahora miramos a Lázaro, que vive postrado, que se hubiera conformado nuestras migajas, que hasta los perros lo ven como digno de compasión, vemos completamente de otro modo esta realidad de los que viven esclavizados por sus bienes y vemos de otro modo esa pobreza que tanto conmueve a Dios, que es quien nos habla de ella en la parábola.
Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de la Palabra que Dios nos ha dirigido.
Imagen: Alberto Bogo, Unsplash