fbpx

¿Amaste? ¿Qué dirás? (II)

En esta entrada prolongamos la reflexión que hacíamos el 22 de marzo, antes de los días de Semana Santa. Por si no recuerdas de dónde viene, el texto de hoy enlaza con el de esta otra entrada.

Cuando escuchamos esta parábola e intentamos aplicarla a nuestra realidad, solemos concluir que Jesús está en el pobre, en el hambriento, en el que está desnudo… y dicho esto, cambiamos nuestro esquema mental y le “añadimos” al esquema que teníamos la presencia de Jesús… con lo cual nos sentimos aún peor por no amar a los que Dios ama y a Dios presente en ellos… y le dejamos a Dios que los ame, puesto que nosotros no podemos.

No es así como nos lo dice Jesús. Jesús nos dice que su corazón está unido a quien más sufre, y ese amor suyo es tan misterioso como incomprensible para nosotros: el hecho es que nosotros no lo vemos así, como bien indica la parábola: cuando miras al pobre, ves al pobre, y lo verás entregándote a él o lo verás como alguien de quien alejarte según sea tu corazón.

¿Cuándo podemos ver a Dios en el pobre? No cuando miramos al pobre que tiene esto o padece lo otro, sino cuando amamos. Porque cuando amamos, estamos haciendo el mismo movimiento que ya ha hecho Dios, el mismo movimiento que Dios hace hacia el pobre.

A menudo decimos: pues no se nota que esté Dios, porque el pobre sigue siendo pobre. Sin embargo, para el pobre, como para ese que está junto al pobre, cuando hay alguien amando a su lado, todo cambia. Y quien no tenga corazón para ver esto, lo tiene muy difícil para reconocer cómo está Dios, y cómo salva Dios.

Por este camino nos encontramos con que hay una radicalidad que lo atraviesa todo: ¿amaste o no amaste? Y todo lo demás se pasa. Por eso, en esta parábola de juicio, de lo demás, ni se habla. Este movimiento sólo lo podemos hacer si Dios nos da su gracia. El mandamiento del amor es una exigencia, no un consejo.

Esto nos dice Jesús: de todas esas cosas por las que has gozado y has penado, de tu piedad o de tus buenas intenciones o deseos, ni se hablará en la vida eterna, y todo eso que hoy te parece tan importante, no te aporta en el fondo peso, consistencia. En cambio, lo que en aquella hora revelará tu peso, el valor de tu vida, es lo que hayas amado a aquellos a los que Jesús estaba amando tan entrañablemente. Ese amor de Jesús, del que decíamos ayer que se ve atraído por el mal para colmarlo, por nuestro pecado, para mostrarnos qué es, en verdad, la vida, es el que estaba latiendo y sufriendo en ellos, el que en verdad daba consistencia a su vida, y a tu vida. Y si no quisimos verlo así, nuestra vida se ha manifestado inútil… obsoleta e inútil habíamos juzgado nosotros la vida de todos esos que no eran productivos, de todos los que no “valían”, porque no sabían, no podían… y a la luz del amor, desde la mirada de Dios, es así como son las cosas.

Jesús, que vive unido al Padre, vive así. Aunque nos desconcierte, lo que da peso a su vida no es ninguna de las cosas con las que nosotros solemos darle peso, u ocuparla sin más, sino que lo que da peso a su vida es el amor, y no un amor “sublime”, en el sentido de elevación o pureza o esencialidad, sino el vivir unidos a todos los que según el mundo no son, para elevarlos, transformarlos por el amor. En esto consiste el amor, en esto consiste vivir.

Y nosotros, los que tenemos lo suficiente para estar aquí, solemos pensar cínicamente que sí, que en el después será verdad todo eso, pero que por ahora, mejor si vivimos mejor y que además ´no le hacemos daño a nadie`… y de nuevo, nos puede decir Jesús, nos pueden decir los que sufren: “eso lo dice el que no ve”.

Jesús ha amado a todos los hombres y mujeres que le han dejado amarle… y también a los que no le han dejado. Se ha entregado por todos. El ha puesto amor en esa miseria nuestra que toma formas tan patentes, tan sangrantes, y se ha revelado como el que consolaba, el que sanaba, el que acompañaba todo el sufrimiento de esta tierra. Y ha habido, hay, gentes de entre nosotros que, sin darse cuenta de la trascendencia que tenía su amor, amaban. Amaban porque se compadecían de los que estaban sufriendo, amaban porque su corazón era capaz de salir de sí en favor de aquellos.

Y este modo de vivir, que Jesús bendice, es el modo de vivir. Cada uno lo tendrá que concretar según su corazón, inclinación (vocación) y circunstancias. Pero para todos, la comunión con Dios se concreta en este amor al prójimo concreto y necesitado, al prójimo que sufre a nuestro lado y en el cual, al amar al hermano, manifestamos amar lo que Dios ama, amamos a Dios.

Sabemos que no podemos hacer que cambie nuestro corazón. Pero sí se lo podemos pedir a Dios. Y sí podemos hacer todo lo que hoy podemos hacer: el “todo” será mayor o menor, pero podemos hacer aquello que hoy “estira” nuestro corazón y lo abre al otro en lo que podemos. Ese es el modo más eficaz de suplicarle a Dios que haga lo que sólo él puede hacer.

Contempla en esta tarde a Dios presente en los rostros de los pobres: presente en este sentido fuerte que salta hasta la vida eterna. Contémplalo, y pide que te cambie con ello el modo de mirar el mundo. Sin duda, para que este cambio se dé, será preciso que aceptes que se caigan tus modos habituales. En la medida en que esto suceda, estás consintiendo –ojalá deseando, y suplicando- que la relación con Jesús sea el fundamento de tu vida y guíe por tanto tus opciones y tu modo de mirar.

Míralo, como estamos viendo en esta tarde, desde esa luz de Dios que nos da luz para mirar de otro modo la realidad: no desde nuestra comodidad, desde nuestra estrechez de miras o nuestro miedo, sino desde el amor que se duele con el que sufre y se hace solidario de él.

¿Cómo mira Jesús? ¿Qué has aprendido de su modo de mirar?

Entrénate atreviéndote a mirar distintas realidades de tu vida desde esta mirada de Jesús que has ido reconociendo: ¿qué ocurre cuando miras tu vida a su luz? ¿Cómo reconoces cuando tu mirada está atravesada por la luz de Jesús?

Imagen: Adam Nieścioruk, Unsplash

Deja aquí tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Al enviar aceptas la política de privacidad. Los datos que proporciones al enviar tu comentario, serán tratados conforme la normativa vigente de Protección de Datos y gestionados en un fichero privado por Teresa Iribarnegaray, propietario del fichero. La finalidad de la recogida de los datos, es para responder únicamente y exclusivamente a tu comentario. En ningún caso tus datos serán cedidos a terceras personas. Consulta más información en mi Política de Privacidad.