[1] Pasado el sábado, al despuntar el alba del primer día de la semana, fue María Magdalena con la otra María a examinar el sepulcro. [2] De repente sobrevino un fuerte temblor: Un ángel del Señor bajó del cielo, llegó e hizo rodar la piedra y se sentó encima. [3] Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve. [4] Los de la guardia se echaron a temblar de miedo y quedaron como muertos. [5] El ángel dijo a las mujeres: —Vosotras no temáis. Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. [6] No está aquí; ha resucitado como había dicho. Acercaos a ver el lugar donde yacía. [7] Después id corriendo a anunciar a los discípulos que ha resucitado y que irá por delante a Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje. [8] Se alejaron aprisa del sepulcro, llenas de miedo y gozo, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. Mt 28, 1-8
Venimos al relato de la resurrección con que vamos a contemplar la victoria de Dios en este día. No se trata de que tengas ánimo de resurrección, que sin duda ayuda si es lo que el Espíritu te da, sino de que creas. De hecho, las mujeres de las que se nos habla en este relato no tienen “espíritu de resurrección”, sino que vienen a visitar a un muerto, y ellas mismas, como veíamos ayer, están en la muerte. Y es que los humanos, cuando nos topamos con la muerte, somos engullidos en ella. ¡Tenemos tan probado que después de la muerte no hay nada más!
Mateo nos guía muy sabiamente en este paso de la muerte a la vida. Ellas van a ver el sepulcro. Aquí no se habla de embalsamar, como en Mc (16, 1), sino que van a verlo, a visitarlo. Su corazón está con Jesús, aunque sea en esa clave de muerte en que los humanos vivimos tantas cosas.
Y de pronto, un gran temblor. Un gran temblor que es un aviso que te alerta para despertar a lo que viene, un gran temblor que te introduce en otro nivel de realidad. En este caso, el temblor precede a la presencia del mensajero de Dios, que con facilidad rueda la piedra del sepulcro, esa que los soldados habían sellado y ante la que hacían guardia, y se sienta en ella, reforzando su poderío (un poderío que no es nada comparado con la resurrección de Jesús que les viene a anunciar). También su aspecto proclama la victoria: Su aspecto era como el del relámpago y su vestido blanco como la nieve.
¿No es este el modo como experimentamos la victoria de Dios? No con temblores de tierra ni ángeles que manejan los elementos… pero sí: con la certeza de que se ha parado el tiempo y toda nuestra atención se vive cogida por algo que Dios está haciendo, o viene a hacer, o promete que hará. Con la certeza de que Dios es poderoso y victorioso en la forma de ese mensajero (una palabra, un ángel, una imagen o una experiencia interior) que proclama con certeza que la vida es de Dios.
Y si no se te ha dado esta certeza, se te está dando este evangelio. Estas mujeres que estaban en la muerte como tú, experimentaron esta victoria. Por signos interiores o visibles, como la piedra corrida y el ángel resplandeciente, por signos exteriores también incomprensibles, como los fieros guardias ahora temblorosos y paralizados. Si crees a su testimonio, ya estás viviendo de esta fe que salva, y que a ti se te anuncia de esta manera. No quieras signos extraordinarios, cuando es tan urgente lo que se nos anuncia. Cree según el modo en que se te da la fe.
El ángel tiene un modo de presentarse, y unas palabras para decirles. El modo ya lo hemos visto, y las palabras son estas: Vosotras no temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado como dijo. Venid a ver el sitio donde yacía. Id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje.
Primero, la palabra que echa fuera la muerte: vosotras, no temáis. No temáis las que buscáis a Jesús, aun en medio de vuestra muerte. No tenéis que temer, porque vuestro amor ha permanecido en medio de la muerte y ha sido bendecido con lo que no podíais sospechar.
Y les anuncia este anuncio que es el más gozoso de toda la tierra. Buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. No está en el lugar de la muerte, sino que, tal como había dicho, ha resucitado. Ya para siempre, la muerte no es la última palabra. La última palabra, por la fe en el crucificado-resucitado, es la victoria de Dios. Esta es la verdad que se cumple para toda la realidad, en lo grande como en lo pequeño, en lo pequeño como en lo grande.
Y él mismo sigue guiando a las mujeres: Venid a ver el sitio donde yacía, ese lugar antes ocupado por Jesús y ahora vacío, proclamando que la muerte, que toda muerte ha sido vencida por El que abrazó la muerte, todas las muertes, y ha sido rescatado por el Padre.
Mira el sitio donde yacía. Recórrelo tú, en esta tumba vacía y en aquellas situaciones, relaciones, momentos en que has experimentado que Dios ha vaciado tus muertes de su poder destructor y te ha emplazado de nuevo a la vida, y una vida nueva.
Y si tú no lo has experimentado, cree a los testigos. A estas mujeres, ahora llamadas a proclamar lo que han visto y oído, lo que ha hecho de ellas, antes muertas por la muerte, certeza de resurrección.
Id enseguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.
Una vez investidas de resurrección, una vez transformadas por la resurrección, una vez vacunadas contra la muerte, las mujeres son lanzadas al anuncio. Al anuncio urgente de lo que es salvación para los discípulos, y para toda la tierra: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis.
Las mujeres, habitadas por la certeza de lo que se les ha proclamado, salen de la muerte, con temor pero con mucha alegría, para llevar la noticia a los discípulos.
Haz, a partir de aquí, un programa de Pascua. Una propuesta de vida que se construye sobre la fe en Jesús y la palabra que ha pronunciado sobre ti en este día, en estos días.
Un programa de Pascua, un programa de vida nueva. Un programa de vida nueva que ya sabemos que no podemos hacer sol@s, sino con Jesús.
Te ayudará, nos ayudaremos.
Imagen: John Ko, Unsplash