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Arrepentirse, convertirse= calidad humana

 Acudían a él de Jerusalén, de toda Judea y de la comarca del Jordán, y se hacían bautizar en el río Jordán por él, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos acudían a que los bautizara les dijo: —¡Raza de víboras! ¿Quién os ha enseñado a escapar de la condena que se avecina? Dad frutos válidos de arrepentimiento y no os imaginéis que os basta decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo os digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego. Mt 3, 5-10

Decíamos que la apertura a la buena noticia pasa por el reconocimiento, pasa por confesar el propio pecado y sacarlo de uno mismo. Significa hacerse cargo de ellos a la vez que los dejamos atrás, que dejamos atrás esa frustración radical, esa vida que está fallando, que te estás perdiendo. Que esta llamada al arrepentimiento es una llamada universal se manifiesta en el texto en el hecho de que tantas gentes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del Jordán, acuden a él, acuden al desierto, al lugar en el que es más fácil vivir lo esencial, y reconocen sus pecados. Esos pecados que asemejan un muro que se establece entre Dios y nosotros, entre la realidad que nos rodea -nuestros hermanos, la naturaleza, la realidad toda de nuestro mundo- y nuestro corazón desnortado, frío, ajeno, indiferente. Cuando caemos en la cuenta de esa desorientación, cuando nos hacemos conscientes de que hemos vivido apropiándonos la vida, de que la hemos vivido sin sentido, con desesperanza, poniéndonos en el centro, eligiendo a quien amar y a quien odiar… Cuando nos damos cuenta de todas estas cosas que no responden a la verdad y vemos que estamos fuera del camino de la Vida, viene el arrepentimiento. Nos arrepentimos, que significa pedir perdón a Dios porque sin él no podemos vivir la vida para la cual nos creó, a los hermanos –y a nosotros mismos- porque hemos vivido una vida muy distinta de la vida que da vida.

El arrepentimiento, entonces, requiere humildad. Requiere que reconozcas que no sabes vivir la vida atenta a lo esencial, atento a lo que importa, centrado en Dios, que nos lleva a los hermanos en una vida plena de corazón y de amor. El arrepentimiento, por tanto, es toma de conciencia que nos conduce hacia el primer paso de la vida nueva: la humildad. La humildad es el primer momento de la vida nueva porque a través de la humildad reconocemos nuestro lugar de criaturas, nuestro lugar de seres pequeños que necesitan de Dios para vivir. Decíamos al principio que nuestra sociedad nos dice que somos valiosos, capaces de brillar, capaces de muchos logros… pero no nos dice que, siendo verdad todo eso porque Dios nos ha llenado de dones, no sabemos sin embargo vivir dichos dones desde la verdad: y es que el punto de partida para vivir esos dones es reconocer quién los vive. Y quien los vive es una persona limitada, sujeta a muchas dificultades, muy capaz de engañarse a sí misma y a los demás, y que ha demostrado no ser capaz por sí misma de permanecer centrada en lo esencial. Por todo esto, el arrepentimiento es el reconocimiento de que no sabemos vivir según la vida magnífica a la que Dios nos llamó y la súplica es la reorientación que reconoce y se transforma, apoyándonos -y vida magnífica será por tanto aquella vida en la que, en tu limitación, en tu pequeñez, en tu incapacidad de vencer al mal y en tantas y tantas cosas, resplandece la presencia de Dios que te enseña a vivirla-, y la humildad es la condición existencial para suplicar y para, situándose desde un lugar verdadero y nuevo, empezar a vivir esta otra vida que empezamos a vivir centrados, que no es teniéndonos a nosotros como centro, sino centrados en Dios. Una vida nueva porque hemos reconocido cuál es el lugar de Dios en ella y hemos conocido cuál es nuestro verdadero lugar, tan diferente de aquel que habíamos creído hasta ahora.

De nuevo, párate en este punto: no para escuchar la enseñanza que nos aporta Mateo como un concepto que vas integrando mentalmente, sino como una propuesta para tu vida. Después de lo que hemos dicho, ¿de qué te arrepientes tú? Después de lo que hemos dicho, ¿dónde te sitúas en relación a la humildad? ¿Ves que esta actitud humilde es el primer paso de la vida nueva, como hemos dicho, porque te permite situarte en la vida desde tu verdadero lugar? ¿Ves que solo la vuelta a Dios va a ayudarte a vivir de otro modo? ¿Ves también la calidad humana que este reconocimiento implica, lo que supone de verdad y de libertad? ¿Ves que hacerlo como un rito, porque te parece que es lo tuyo, es hipocresía, como esa que Juan reprocha a los fariseos y saduceos? Detente para responder a estas preguntas todo el tiempo que necesites. Lo que Mateo nos dice a continuación tiene mucha importancia, pero solo se puede percibir esa importancia si primero has comprendido lo que estamos viendo aquí.

También se habla en este breve texto acerca del juicio: precisamente porque en nuestra respuesta nos jugamos la vida, esta acción tiene consecuencias. El juicio viene a enunciar dichas consecuencias. Como verás, esta llamada hecha a los habitantes de Judea y el anuncio de Jesús que vienen más adelante tienen la misma estructura: un anuncio de vida en el que te juegas la vida. Y de ahí el juicio. No lo comentamos aquí porque lo veremos en la siguiente perícopa.

¿Estás de acuerdo en que el arrepentimiento y el deseo de volver a Dios requieren calidad humana? ¿No lo estás? ¿Te parece que sigamos en los comentarios?

Imagen: Matthew Sleeper, Unsplash

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