En la carta a los Hebreos se destaca una transformación por la cual un orden antiguo (el del AT), que es superado por un orden nuevo: el del NT, que se inicia en Jesús. En nuestros tiempos, después de tantos siglos conociendo la integración que se da entre el NT y el AT, seguimos viviendo más insertos en lo que en la lectura integral del NT hemos llamado humanidad natural que en lo que hemos llamado humanidad según Jesús, por lo que nuestra vida sigue encontrándose lejos del orden nuevo manifestado en Cristo. Por eso una y otra vez volvemos a dicho orden nuevo, para ir reconociendo su sabor y sus signos, fijándonos ahora en aspectos concretos de dicha humanidad.
Recuerdas que en torno al mes de Febrero te ofrecimos un comentario de la carta en clave orante? Ahora vamos a seguir ahondando en las consecuencias de dicha novedad, para abrirnos a vivir, en los distintos aspectos de nuestra vida, a la luz de la novedad que es Jesús. En estas entradas trabajaremos el tema del cuerpo.
Partimos de lo que veíamos en la entrada anterior para contemplar otras imágenes de la existencia encarnada de Jesús que encontramos en los evangelios y que nos revelan otros modos de su presencia entre nosotros.
- Jesús se vale su cuerpo para dar vida, para expresar la vida: toca, mira, impone las manos, se postra… No es algo que hace con su cuerpo, sino que por medio del cuerpo se entrega enteramente, él.
- Y no maltrata su cuerpo ni lo humilla. Lo usa para amar, de modo tan desconcertante como para que lo malinterpretemos: comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. El amor, en nuestro mundo, a menudo tan achatado, tan malinterpretado. A la luz de la crítica hecha a Jesús, podemos reconocer la mirada estrecha y achatada de nuestro mundo, que no es capaz de reconocer la libertad de quien ama en todo lo que hace, también en su comer y en su beber.
- A la vez, no depende de él para vivir: no temáis a los que pueden matar el cuerpo… una libertad, la de Jesús, que si bien honra al cuerpo como criatura de Dios, lo tiene a su servicio, y no dudará en entregarlo hasta el último hálito de vida cuando ésta sea la voluntad del Padre.
- Hasta tal punto sabe que Él es la vida y quiere entregárnosla, que se ofrece por nosotros enteramente –carne y sangre- como alimento y bebida: nos revela así cómo ha de entregarse el cuerpo, hasta el extremo de consumirse a sí mismo para dar vida a los hermanos. Jesús nos revela así el camino por el que cuerpo, llamado como todo lo humano a ofrendarse a Dios, es fuente de fecundidad máxima. En el hacerse comida y bebida de la eucaristía se manifiesta del modo más palmario posible la fecundidad del cuerpo que somos. Dice C. R. Cabarrús: “Jesús tomó muy en serio su cuerpo, tanto que noslo da a comer como alimento para que tengamos vida”.[1]
- Esta profecía se cumple en la cruz: tan liberado está de su cuerpo, de sí mismo, que se entrega al Padre en la noche de la cruz, y nos salva. La imagen del cordero de Dios que el texto recoge implica esta misma profundidad y misterio: cuerpo que en su libertad, por amor, se entrega hasta dejar de ser… dando paso a algo nuevo.
Por este camino, la carne crucificada de Cristo nos habla de su obediencia de modo más elocuente que todos los conceptos…[2]
Para esto es necesario que el cuerpo haya llegado, como hemos dicho, a liberarse de las expresiones que le autoafirman y se haya hecho capaz de desear sólo reflejar a Dios.
¿Y el miedo a la muerte que destruye el cuerpo, la vida? Jesús también lo ha vencido por la obediencia al Padre.
Jesús abandona su cuerpo –su vida- al Padre, y éste le devuelve un cuerpo resucitado, cual, el cuerpo de carne que se hizo amor se vuelve así transfigurado y se revela –para siempre- lugar de salvación.
¿Dónde ha quedado, en Jesús, el egoísmo que se cierra sobre sí, el cuerpo que se gasta en tu propio favor o en favor de los que amas, el rechazo del dolor como justificación última, el pretexto del amor de sí como argumento para la insolidaridad?
Todo esto se revela caduco y muerto en Jesús. Denunciado en una profundidad nueva por su libertad entregada.
Llegamos así a la resurrección de Jesús, cuya existencia se proclama victoriosa, precisamente, porque ha vencido a la muerte. Y así, en el cuerpo de Cristo, en su carne, se nos revela esta salvación inaudita: a nivel humano natural, la carne remite más allá de sí, al espíritu que alberga, y que refleja tan poderosamente. El mismo Espíritu que devuelve la vida a Jesús, le devuelve a la vida con una carne transfigurada, en la que se hace visible la victoria sobre la muerte (Jn 20, 19). En la carne de Jesús, que vive en el Padre, se realiza el plan de Dios, al que sólo podemos acceder por la fe: en Cristo, nuestra carne se ha revelado capaz de realizar su plan de salvación eterno, y esa carne concreta y frágil es el lugar donde se realiza la redención de nuestros pecados y la reconciliación personal y cósmica, donde se realiza el proyecto de salvación que nos hace familia de Dios, su pueblo, llamado a ser morada de Dios entre los hombres. La carne humana ha sido hecha así, en Cristo, capaz de manifestar entre los hombres, por medio del Espíritu, la vida de Dios, su acogida, su reconciliación. La carne humana, capaz de albergar al Hijo de Dios y acoger su salvación, se ha revelado morada de Dios y lugar de acogida de todo hombre y mujer, al vivir y entregarse en nuestro lugar.
La carne humana de Cristo nos revela qué ha sido llamada a ser nuestra carne por Su victoria sobre la muerte.
Esto ocurre así porque, en Cristo, la realidad carnal que nos constituye se entiende, en adelante, de otro modo: según Jesús. La resurrección, último acto de esta existencia encarnada en la que se nos ha entregado el todo de Dios, hace de nosotros en adelante, por la fe en Jesús, hombres y mujeres capaces de manifestar en nuestra carne, la vida que se ha manifestado en el Hijo:
- Una vida nueva, liberada del pecado y abierta a vivir para reflejar y revelar el don de Dios.
- La pureza de corazón que renueva las relaciones y hace capaz de manifestar, en medio del mundo, la filiación y la fraternidad.
- Abrir tu morada a los que buscan, o ser entregado como el cordero de Dios: la entrega de sí que testimonia, en medio de la vida, la vida de Jesús.
- Una vida liberada de sí y vacía para hacerse camino, verdad y vida: la vida como renuncia a lo propio por amor de muchos.
- Una vida liberada de lo que en nosotros es muerte para manifestar la belleza, la luminosidad, la gloria de Dios… para manifestar, en todo, el amor.
- La vida de Jesús aparece así como referente de nuestra vida. En adelante, la vida consiste en dar paso a Jesús a través de nuestra vida entera: de nuestro espíritu, de nuestros amores, de nuestro cuerpo.
- Un cuerpo inerme, desvalido.
- Un cuerpo vencido, muerto.
La unificación que Jesús vive se manifiesta en todas las situaciones que vive.
Desde estas claves nos abrimos a contemplar nuestra resurrección que nos presenta la existencia del creyente como vida nueva. Así como vemos que en Jesús se ha dado una vida nueva, así también en los creyentes. Toda redención ha de pasar por el cuerpo. Podemos verlo en el texto de Pablo: Sabemos, en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. Rom 8, 22-23
Estas nuevas claves que se nos han revelado, propias del vivir según Jesús, nos permiten ver a otra luz lo que nuestra humanidad natural puede llegar a vivir en relación al cuerpo.
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[1] CABARRÚS, C.R., Experimentarlo todo y quedarse con lo mejor. El discernimiento como camino creyente, Frontera-Hegian 63, Vitoria 2008, pp. 63.
[2] En la Biblia, cuerpo puede significar debilidad, precariedad (sarx) y también el cuerpo físico como lugar de relación y de encuentro con el entorno (soma). Ambas visiones del cuerpo tienen que encontrar solución en una visión integral del hombre y del hombre creyente. El hombre creyente salva su cuerpo como debilidad y como lugar de relación, en la armonía de la distensión y en la armonía del abandono en manos de Dios. La divinidad mora en Cristo corporalmente y Cristo mora en el hombre, también corporalmente. Col 2, 9; 1co 6,15.20; 2Co 4,10; Rom 8,11;12,1. Nicolás CABALLERO, El camino de la libertad, IV, 134-135.
Imagen: Cristo de Javier (Navarra)
Estas entradas que comenzaban por “el cuerpo”, no las leía. Creía que me daban “pereza”.
Leer esta IV me ha cogido por dentro. Y me ha dado luz. No era pereza lo que me daban, sino miedo.
Es como si una tarea enorme se abre ante mí.
Qué bien que te haya dado luz, María Luisa. y qué bueno este descubrimiento que has hecho por el camino: “me daban miedo”. Igual no es una tarea enorme, la que se abre ante ti, sino un descubrimiento humilde y abierto, inesperado.
Gracias por tu verdad, María Luisa.