Lectura de la profecía de Daniel (12,1-3)
Sal 15,5.8.9-10.11
Lectura de la carta a los Hebreos (10,11-14.18)
Lectura del santo evangelio según san Marcos (13,24-32)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
Puedes descargarte el audio aquí.
Seguimos, en este anteúltimo domingo del año litúrgico, aprendiendo de Jesús acerca de lo que de verdad importa. Los discípulos han preguntado a Jesús sobre las señales por las cuales reconocerán el fin, y Jesús les responde con esta larga exhortación que atraviesa el capítulo 13. Básicamente, su enseñanza se puede concentrar, en cuanto a lo esencial, en dos contenidos: en relación a los propios signos del fin, se manifestarán tanto en la historia como en la naturaleza, y hemos de reconocerlos y atender a ellos como lo que son: advertencias del final ante las que hemos de aprestarnos con lucidez y humildad; en cuanto al modo de responder a lo que vemos, la mirada ha de ir más allá de dichos signos: no dejéis de creer en mí. Incluso en las situaciones de traición en que os entreguen a los tribunales para destruiros, el Espíritu estará con vosotros. En todos ellos, hemos de estar atentos para aprender de dichos signos.
Más sintéticamente todavía: sabiduría, y fe. Sabiduría para reconocer la seriedad de lo que se nos dice, para tomárnoslo en serio, y fe para responder a estas realidades que nos superan.
Pongamos un ejemplo: cuando escuchamos noticias de guerras, de persecuciones religiosas, de violaciones, y abusos y tantos desvíos, ¿qué hacemos? La sabiduría nos enseña que son signos del fin: signos fuertes que claman por una respuesta fuerte, adulta, en nuestra vida. Dicha respuesta puede ser de distintos tipos: sin duda, no negar la realidad que se presenta a nuestros ojos; implicarnos del modo que el Espíritu nos inspire; rezar, siempre; aprender que son avisos de que nuestro mundo está herido de muerte, y dejar de vivir con superficialidad o indiferencia.
En esa respuesta de sabiduría, la fe viene a llevarnos más allá: nos recuerda que Dios no ha fallado jamás a los que confían en él. Como hemos dicho en el salmo -es fe, y es sabiduría, proclamarlo de verdad, y no solo con los labios-: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. (…) Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Los que miran la vida con la sabiduría que viene de Dios están atentos a los signos. Son signos del fin, de una realidad que se acaba y por ello nos hacen volver la mirada a Dios, que permanece para siempre y es Señor de todo. Así, la sabiduría y la fe actúan juntas en los creyentes.
No sería sabio, por el contrario, mirar a todas estas calamidades que suceden en los pueblos y en las personas y quedarse en ellas: cuando oímos hablar de dirigentes crueles, de hambrunas o de calamidades de todo tipo, podemos reaccionar desde el miedo o la defensa que se amuralla como si pudiera contenerlos; desde la insolidaridad o desde el lamento estéril de quien no puede nada y no mira más allá. Falta de sabiduría, y falta de fe, en este caso.
Jesús nos enseña cómo mirar a estas calamidades que señalan el fin del tiempo y el fin de cada tiempo, de manera que sepamos estar en la realidad y nos abramos a ella como corresponde: como seres humanos sabios y creyentes, que saben mirar lúcidamente los signos y alcanzan, por la fe, más allá de lo que se ve.
Todo esto indica el peso y la consistencia de nuestra vida, porque se nos ha dado la posibilidad de vivir con fe y con sabiduría, y la hemos utilizado… o no. La primera lectura habla de juicio, y también la carta a los Hebreos, que muestra a Jesús glorificado sobre todo porque obedeció y se entregó en todo: Cristo (…) está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
El tiempo que vivimos es serio, la vida lo es. Mira a tu alrededor y atrévete a vivir de esta enseñanza esencial de Jesús.
Porque estás de acuerdo en que hay que convertirse a este modo de mirar y de vivir, ¿verdad?
Imagen: Sara Codair, Unsplash
Si, es verdad. Gracias por este comentario q ayuda a ir más allá , a atreverse vivir la calamidad buscando a Dios. Da miedo el acomodarse, pq uno piensa q la calamidad le vendrá al de al lado, y con eso ya se está más menos a salvo.
Esa visión de Dios en medio de la historia, de nuestro día a día, creyendo en ella sería todo otra cosa.. Tanto para cambiar..! (hablo de mi). Abrazo
Es verdad, Carmentxu! La Palabra nos lleva más allá…pero no hacia cualquier más allá, sino en dirección a la vida. ¡Muchas gracias por compartir lo que ves!