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Escuchar a Jesús

Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él. En cambio es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran.

Escuchar a Jesús y aprender de él requiere disponernos con todo nuestro ser, dejando caer lo que conocíamos y no sirve o no pone lo suyo en primer lugar, como decíamos el otro día. Y escuchar a Jesús y aprender de él supone también, como decíamos, anteponer sus palabras a las nuestras, y hacerlo -esto es lo nuevo, en lo que nos fijamos hoy-, escucharlas enteramente.

¿Qué quiero decir con enteramente? Que cuando escuchamos esta palabra, nos fijamos casi exclusivamente en lo que Jesús dice de la puerta ancha y la puerta estrecha. Con muy buena intención y deseo de aprender de él, en el mejor de los casos, te preguntas cuál puede ser la puerta ancha y la puerta estrecha, y procuras escoger en tu vida la segunda y rechazar la primera, tal como Jesús dice.

Pero aquí hay dos problemas: el primero, que eres tú quien se pregunta cuál es la puerta ancha y la puerta estrecha, en vez de preguntárselo a Jesús. O sea, que te vuelves a poner tú en primer término, como en lo que decíamos de juzgar hace pocos días… y cuando uno ocupa el sitio que no le corresponde -y el centro no nos corresponde-, mira mal y decide mal.

El segundo, que nos hemos centrado en la pregunta sobre una puerta o la otra, cuando Jesús nos está diciendo más: la puerta estrecha lleva a la vida, la puerta ancha lleva a la perdición. Y nos dice también que la puerta ancha es espaciosa y fácil de reconocer, mientras que la puerta estrecha cuesta encontrarla.

Así que Jesús nos da bastantes pistas sobre la una y la otra. Y sobre todo: las puertas no son el fin. Las puertas son el medio por el cual llegamos a la salvación o a la perdición. Por eso, teniendo claro el fin -llegar a la salvación, perderse-, tendremos claros los caminos que nos llevan a ella. También hemos de tener en cuenta esto otro que Jesús dice de que una puerta es fácil de ver, mientras que la otra cuesta encontrarla.

Vamos a poner un ejemplo, que cada uno aplicará después a su realidad.

Vamos a suponer que en tu país hay un dictador que está haciendo sufrir a la población, que se ve cada vez más limitada y más desesperada. Lo “normal” en esta situación para ti que formas parte de este pueblo, es quejarte, dolerte, tramar planes de venganza contra el dictador, y proyectar en ellos tu odio y tu frustración. Luego, hablas de esto con tus vecinos, con tus amigos, con los que te rodean, y aumenta entre vosotros la insatisfacción progresivamente.

Este es el camino de la puerta ancha: ¡es tan fácil criticar una situación injusta, más cuando produce sufrimiento! Pero ¿adónde te lleva? Precisamente, a la perdición: a estar más amargado, más desconfiado, más revuelto, y a compartir esa queja y esa revoltura con los que te rodean; enfadarte con Dios y alejarte de Él; echar tu frustración sobre los que te rodean, y justificar cualquier evasión y desvío con la excusa de que lo pasas mal. Perdición, ya lo ves, no es solo cuando uno mata, roba, destruye a los otros -es estar perdido y causar perdición, sin duda-. Pero también esto “normal” te lleva a estar perdido, a “no dar pie con bola” en la vida. Esto es perdición porque con el tiempo estás desnortado, desmotivado, enredado en quejas y tristezas de las que, andando el tiempo, no tendrás motivación ni energías para salir.

Cabe también que, reconociendo sin duda que la situación es injusta y denunciable, escojas otro camino: denunciar cuando haya lugar, aunque eso te suponga exponerte y salir de tu seguridad, mucha o poca, prefiriendo la verdad, la justicia y la libertad a las comodidades o las seguridades; aceptar lo que no se puede cambiar, mientras sigues trabajando para que cambie; hacer lo que puedes y pedirle a Dios lo que no puedes; no gastar energías en la queja, el enfado, la amargura, y mucho menos, echar sobre otros el peso que llevas dentro, descargándote a costa de herir. Empezar a percibir que una situación así es un combate espiritual en el que se batalla por la fe en Dios, o bien se fenece, cuando no se confía en Dios.

Esto es más difícil, ¿verdad? Sin embargo, en esta reconoces una actitud verdaderamente humana.  Esta es la actitud que nos lleva a la salvación.

A esta luz, seguramente entendemos mejor por qué Jesús habla de puerta ancha y puerta estrecha. La puerta ancha es cómoda de atravesar, no produce conflictos en el momento, pero en su “facilidad”, en su “normalidad” nos va debilitando la visión del bien, y a la larga, a veces quizá sin darnos cuenta (como cuando pasas por una puerta tan ancha que ni te das cuenta de que has pasado), nos perdemos.

En cambio, por la puerta estrecha cuesta pasar. Te dejas la piel, y a veces más que la piel. Solo puedes salvar lo importante, y dejar lo demás. Solo puedes atender a lo que importa, y no entretenerte en cosas que no valen en realidad.

Qué importante se nos revela, a esta luz, la atención a lo pequeño, a lo de todos los días. A esas ocasiones en que “me dejo llevar” y critico, me amargo, envidio, desconfío de Dios, me cierro, me endurezco, justifico mi angustia y no la combato. Por el contrario, el otro modo de vida -porque son modos de vida diferentes, el que lleva a la perdición o a la salvación- exige no descuidar esta amargura de hoy, este endurecimiento de mañana, este odio que justifico o la codicia que me parece un derecho que defiendo, incluso, contra Dios.

Dos modos de vida, el que lleva a la vida o el que lleva a la perdición. Y cuando estás perdido -aunque haya todas las razones del mundo para estarlo-, estás perdiendo la vida y no sabes a dónde vas. Y sobre esto nos advierte Jesús, pues no hay fracaso peor para la propia vida que perderla, por sufrimientos grandes o por las pequeñas luchas de cada día.

¿Seguimos hablando de esto en los comentarios?

Imagen: Nathan Dumlao, Unsplash

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