En estas entradas vamos a acercarnos a un escrito del NT que seguramente no conoces: la carta a los Hebreos. Precisamente por ser tan poco conocida, te recomiendo especialmente que comiences por leer las perícopas que vamos comentando.
De primeras te llamará la atención su tono, tan elevado, y el contenido de la carta, que ciertamente te sorprenderá. A pesar de las diferencias, en el texto que vengo a presentarte late la misma certeza que en los evangelios y toda la predicación primitiva: Jesús de Nazaret se ha hecho hombre, manifestando así a los hombres una comunión radical arraigada en Dios, que llegará a su plenitud en la redención de Cristo. A partir de Él, toda realidad -en Hebreos el sacerdocio-, resulta releída de nuevo: Cristo hace nuevas todas las cosas, plenificando su sentido y revelándonos su verdad, que se realiza en Él.
Destaquemos también en esta presentación que lo importante de la carta no es el tema del sacerdocio en sí sino –por cuanto la redención de Jesús ha transformado toda la realidad-, el cambio de perspectiva de lo antiguo a lo nuevo. De este cambio radical de perspectiva, el tema del culto y el sacerdocio son un caso iluminador y paradigmático que nos permitirá contemplar esta transformación de la realidad y nos contagia su misma inquietud: puesto que alcanza a todo, ¿cómo mostrar el modo como dicha salvación se comunica a todas las realidades?
Ojalá estas entradas te vayan acercando distintos aspectos de esta carta -homilía, más bien- que te trae otro aspecto de la enorme riqueza del NT. Te la propongo como lectura orante que te hará entrar en un texto luminoso e inesperado.
Heb 1, 1-4
Contempla lo que aquí se proclama: este Jesús que desde antiguo fue anunciado, y que se reveló en el tiempo oportuno, es al que vamos a contemplar en este tiempo de adoración. El que nos permite reconocer lo permanente en medio de lo transitorio, lo absolutamente santo en medio de nuestra ambigua realidad, la salvación y la victoria de Dios en medio de nuestra realidad mezclada de pecado y de muerte. Esta Palabra eterna se ha pronunciado en el tiempo, y se revela para nosotros, hoy y siempre, como victoria definitiva, creadora y redentora.
Esta primera palabra, de tono litúrgico, es el pórtico en el que se enmarca nuestra homilía que cantará la victoria del Hijo e intentará actualizarla para nuestro hoy, en el que se manifiesta la eternidad de Dios.
Para reconocerlo, pedimos el Espíritu que nos permitirá abrirnos a la realidad de Dios que solo se conoce por la fe.
Heb 1, 5 -2, 18
Contempla cómo a este Jesús, el Hijo de Dios, se le reconoce en esta revelación de la Escritura que le presenta como Señor, sentado junto a Dios. Desde esa dignidad excelsa, acércate en un segundo momento a su encarnación, a su vida humana y al modo como Dios ha querido perfeccionarlo hasta llegar a esta victoria que ahora proclamamos y que se nos propone como camino de salvación. Igual me dices que esta salvación ahora no se ve, pues no se ve, como dice el salmo (8, 7), que le estén sometidas todas las cosas. Sin embargo, y aunque no se vea, sí puedes reconocer, por la fe, la glorificación eterna de Cristo. Emplea, por tanto, tu mucha o poca fe para abrirte a contemplar lo que aquí estamos diciendo.
El camino para dicha glorificación ha sido, y nunca acabaremos de admirarnos, la humillación del Hijo: el Padre, que nos ha llamado a todos nosotros también a la gloria, consideró necesario “elevar por los sufrimientos” al que nos iba a conducir a la salvación. Es inaudito, sin duda, que Dios quiera llamarnos a su gloria. Pero lo es mucho más que para ello pruebe al Hijo. Ya ves hasta qué punto lo ha hecho carne de nuestra carne, hasta qué punto nos hace proceder, a Él y a nosotros, de un origen común en Dios por el que quedamos unidos al mismo Cristo como hermanos. Por esa semejanza con nosotros, por su solidaridad con nuestros sufrimientos y pruebas, porque él sabe –con mucha más hondura que nosotros- lo que es estar en la prueba, nos ha rescatado.
Así, contemplando al Hijo de Dios, que se ha hecho hombre por nosotros, nos acercamos en primer lugar a Cristo, que ha venido a salvarnos: haciéndose uno de nosotros en el sufrimiento, consintiendo en la purificación por la que Dios iba a perfeccionarlo, nos ha traído a todos la salvación.
¿Te preguntas, aún, cuál es el nombre de Cristo?
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Estamos hablando, como ves, de realidades que te superan. Si quieres actuar como un ser humano lleno de sabiduría, es preciso que escuches la enseñanza de los antiguos, que nos han transmitido la rica tradición que ellos recibieron. Una enseñanza que es superior a la revelada a los ángeles y que ha sido avalada hasta nuestros días con milagros, signos y prodigios. En verdad, sería locura despreciar una salvación que nos garantizan los que la han oído, una salvación avalada por Dios. La humanidad que queremos que se manifieste en nosotros no es necia, sino sabia.
Puede que me rebatas diciendo que tú no ves que a Cristo -que ha vivido entre nosotros como hombre y que se ha humillado hasta hacerse, como un hombre cualquiera, un poco inferior a los ángeles-, le estén sometidas todas las cosas. Y te voy a dar para demostrarlo una prueba que solo entiende la fe: al que ha padecido y muerto lo vemos ahora coronado de gloria y honor. Esto te exige conducirte en clave de fe, pero si tienes fe, un don absolutamente divino, ¿no será para vivir desde ella, dejándote conducir por la fe en Jesús de modo radical? El que lo humano natural no lo vea, el que no lo veas tú cuando miras así, no dice nada en contra de la fe. Dice más bien que, sin fe, no se ve. Ahora bien, con la fe, ¿no se nos revelan cosas magníficas, este sufrimiento y esta muerte en las que Jesús ha consentido para salvarnos?
A la vez, no estamos hablando de realidades que sean ajenas a la tuya: Dios se ha manifestado en su Hijo, y su Hijo ha pasado por la prueba como tú, porque valoraba más la obediencia y la fidelidad al Padre que su propio sufrimiento. Y el que haga esto siendo uno de nosotros, dice que lo hace para nosotros, por nosotros, no a favor de los ángeles. Esta prueba por la que ha pasado Jesús, que se nos revela como salvación, la ha padecido para salvarte a ti. Tu vida se ve, en adelante, confrontada con este gran amor de Dios por nosotros, y en Jesús se nos ha presentado al “cabeza de fila” de la nueva humanidad que estamos llamados a vivir, la que se inicia y se realiza en Jesús.
En adelante, todo: tus sufrimientos, tus alegrías, tu modo de estar en el mundo en general, ha de tener la forma del Hijo, en quien nuestra existencia toda, toda la vida del mundo ha sido rescatada. Este anuncio tiene, por tanto, la urgencia, la intensidad y el amor que la obediencia del Hijo ha venido a dar a nuestras vidas.
Ahora tienes ocasión de orar con tan grandes palabras, no para alejarte de la realidad, sino para que ensanchen el horizonte y la luz de tu vida…
Imagen: Bruno Martins, Unsplash
Nuestra vida, será mejor, si comprendemos la vida en Dios.