En estas entradas vamos a acercarnos a un escrito del NT que seguramente no conoces: la carta a los Hebreos. Precisamente por ser tan poco conocida, te recomiendo especialmente que comiences por leer las perícopas que vamos comentando.
De primeras te llamará la atención su tono, tan elevado, y el contenido de la carta, que ciertamente te sorprenderá. A pesar de las diferencias, en el texto que vengo a presentarte late la misma certeza que en los evangelios y toda la predicación primitiva: Jesús de Nazaret se ha hecho hombre, manifestando así a los hombres una comunión radical arraigada en Dios, que llegará a su plenitud en la redención de Cristo. A partir de Él, toda realidad -en Hebreos el sacerdocio-, resulta releída de nuevo: Cristo hace nuevas todas las cosas, plenificando su sentido y revelándonos su verdad, que se realiza en Él.
Destaquemos también en esta presentación que lo importante de la carta no es el tema del sacerdocio en sí sino –por cuanto la redención de Jesús ha transformado toda la realidad-, el cambio de perspectiva de lo antiguo a lo nuevo. De este cambio radical de perspectiva, el tema del culto y el sacerdocio son un caso iluminador y paradigmático que nos permitirá contemplar esta transformación de la realidad y nos contagia su misma inquietud: puesto que alcanza a todo, ¿cómo mostrar el modo como dicha salvación se comunica a todas las realidades?
Ojalá estas entradas te vayan acercando distintos aspectos de esta carta -homilía, más bien- que te trae otro aspecto de la enorme riqueza del NT. Te la propongo como lectura orante que te hará entrar en un texto luminoso e inesperado.
Heb 11- 12, 13 Con esto culminamos la contemplación de los misterios de la fe, hermanas y hermanos. Ahora, vamos a ver cómo dicha contemplación ilumina nuestra vida. Si queremos vivir de lo contemplado, ¿con qué medios contamos para hacerlo? Sabemos bien que no valen los modos antiguos, el culto antiguo ni los sacrificios caducos; la entrega de Jesús nos ha probado su inutilidad. Asimismo, no vale la ley, ni el alcanzar a Dios por nuestras fuerzas… tenemos experiencia de ello.
Si es Jesús, queridos, el que ha entrado en el santuario para siempre y entregando su vida ha obtenido nuestra salvación, el modo como hemos de vivir es el de responder con nuestra vida a su entrega en nuestro favor, puesto que se ha revelado como fuente de nuestra humanidad. El medio para ello es la fe. Vamos a ahondar en este modo de vida que se fundamenta en la fe, para aprender de los que han vivido así. ¿Qué hay de más humano que aprender de los mejores de entre los que nos han precedido? La fe, que tiene su lógica propia en el ámbito de lo invisible, nos permite reconocer en su vida lo que el mundo no ha sido capaz de ver en ellos.
Si vamos a la Biblia, encontraremos muchos ejemplos de aquellos hombres y mujeres que se jugaron todo por la fe, y que se nos revelan ahora como los más excelentes de entre los humanos, hombres de los que el mundo no era digno y que son, no obstante, los que iluminan lo esencial de la vida. La fe así vivida da lugar a otro modo de existencia que no se ve limitada por la precariedad, el miedo o la desconfianza, en la que estas actitudes son superadas por la fe.
Y aún hay otra paradoja más honda que esta: sus vidas han sido figura de Jesucristo, realizando la perfección a la que se veían llamados, y sin embargo, no alcanzaron en sus vidas la promesa, porque el Señor nos esperaba a nosotros. ¡Cómo nos está amando el Señor que nos quiere incluir en esta perfección final, hermanos! ¡Qué no habremos de hacer, ante ejemplos tan insignes, para responder -contemplando a estos hombres y mujeres que eran figura de Jesús-, a la salvación que Dios nos ofrece!
Contemplar a estos testigos y dejarse conducir por ellos es, como os digo, signo de sabiduría humana, pero sobre todo, es poderoso ímpetu creyente. Todos los ejemplos que os pongo, y que corresponden a creyentes que nos han precedido en esta vida de fe en la que ahora estamos nosotros comprometidos, nos ayudarán a ver con qué tiene que aliarse nuestra fe para ser fecunda:
Estos creyentes han vivido de la esperanza en las promesas de Dios, que es fiel, y han perseverado, no en lo que veían, sino en la Palabra que les daba la vida.
Para ello se precisan condiciones humanas: la paciencia que nos permite perseverar en medio de las pruebas, que nos fortalece y nos consuela con la certeza de que lo prometido, y que aún no vemos, será sin duda y será acorde a la bondad de Dios, que promete.
Y esta fe que les ha sostenido lo ha hecho en medio de fuertes pruebas de la existencia –en consonancia, puesto que son figura suya, con las pruebas que ha pasado Jesús[1]– se hace patente la potencia y la pertinencia de la fe para vivir la vida humana.
Como ellos, también nosotros hoy necesitamos de esta fidelidad perseverante que nos capacita para vivir como testigos del Dios vivo. En sus personas se nos revela la figura más excelente de lo humano: ¿reconoces en estos hombres y mujeres la hondura de la humanidad manifestada cuando se vive de fe? Como ellos –y más que a ellos- nos ha sido revelada la salvación de Dios, por tanto, ¿qué va a ser nuestra vida, sino caminar hacia dicha salvación?
Estos testigos nos alientan en nuestro caminar humano que se fija en modelos –esto es profundamente existencial, pero no se inspira en modelos mundanos, sino en estos testigos que han sido figura de Jesús en el pasado. Y para ser dignos de lo mejor de la raza humana, hemos de aprestarnos a vivir de fe, rechazando el pecado. Esto solo es posible si mantenemos los ojos fijos en Jesús, el que realiza y lleva a perfección nuestra fe, como hemos visto que ha hecho por su entrega de una vez para siempre. Su amor y su ejemplo, que culmina y perfecciona el de aquellos testigos, es nuestra fortaleza y nuestro viático para esta carrera cuya meta vislumbramos y anhelamos.
No olvides, querid@ herman@, que este triunfo de Jesús se alcanzó a través del sufrimiento, y así también va a ocurrir en tu propia vida. En su victoria sobre el pecado Jesús llegó a la ofrenda de su vida a través de la sangre, tú no has llegado aún a la sangre en dicho combate –y ya hemos visto que se requiere esta implicación radical-. A nivel humano, el padecer el sufrimiento no es algo que sucede solo a los creyentes, sino que pasa en todas las cosas humanas también: la reprensión nos duele, pero cuando es justa, nos hace bien. Mira así las reprensiones que te hace nuestro Padre, siempre justas, porque en ellas te fortalecerás y te darán la consistencia que necesitas para perseverar y hacernos finalmente, como Jesús, dignos de crédito ante Dios y hermanos compasivos entre los hombres.
Si nos dejamos conducir por Dios, honramos a Jesús en nuestra vida, pues la estamos entregando según la salvación que él nos ha obtenido, y honramos también a los testigos, a esos hombres y mujeres de los que el mundo no era digno y que, no obstante, han contribuido a la salvación de su mundo, de este mundo esperando, con su vida entregada, en las promesas de Dios que nos ha traído, en Cristo, al Salvador del mundo.
Lo que era plenitud en Jesús, está entre nosotros sometido al tiempo: pero el tiempo ahora ha sido liberado y hecho capaz de ser lugar de salvación.
De nuevo, una alta idea de la humanidad, la de aquellos hombres y mujeres que desde antiguo han sido figura de Jesús, e inician, antes de él, esa humanidad según Jesús que en él se revela de modo perfecto y que es, en su mundo, superior a la humanidad natural (hombres de los que el mundo no era digno), y que, no obstante, son los que han salvado a su generación, a su mundo. Todos ellos viven con los ojos fijos en Jesús, autor y perfeccionador de la fe, en quien todas las promesas han sido cumplidas.
¿Hay una idea más alta de humanidad que la que se vive a la luz de las promesas de Dios, por la fe en Él? Aquí vemos de qué modo aquellos testigos de Dios, que esperaron en Él y anunciaron, con su vida, a Jesús, han pasado por la misma tierra que nosotros viviendo de otro modo, de un modo digno de Dios. Y esto, lejos de restar un ápice a su humanidad, la ha plenificado hasta el extremo.
Puedes comprobarlo en alguno de estos testigos del AT, o los que conoces del NT. Siempre, la referencia que nos orienta sobre su fe es el mismo Jesús: todos ellos, sabiéndolo o sin saberlo, han vivido con los ojos fijos en Él. Todo lo mejor de nuestro mundo se sostiene y dinamiza por la potencia de Jesús, el centro de lo real.
Ahora tienes ocasión de orar con tan grandes palabras, no para alejarte de la realidad, sino para que ensanchen el horizonte y la luz de tu vida…
[1] La conexión entre el AT y el NT se da también por esta vía de las pruebas. Reconoce asimismo la actualidad de Heb, que remite a la fe de los antiguos como preparación para la salvación en Cristo.
Imagen: Giancarlo Revolledo, Unsplash