En estas entradas vamos a acercarnos a un escrito del NT que seguramente no conoces: la carta a los Hebreos. Precisamente por ser tan poco conocida, te recomiendo especialmente que comiences por leer las perícopas que vamos comentando.
De primeras te llamará la atención su tono, tan elevado, y el contenido de la carta, que ciertamente te sorprenderá. A pesar de las diferencias, en el texto que vengo a presentarte late la misma certeza que en los evangelios y toda la predicación primitiva: Jesús de Nazaret se ha hecho hombre, manifestando así a los hombres una comunión radical arraigada en Dios, que llegará a su plenitud en la redención de Cristo. A partir de Él, toda realidad -en Hebreos el sacerdocio-, resulta releída de nuevo: Cristo hace nuevas todas las cosas, plenificando su sentido y revelándonos su verdad, que se realiza en Él.
Destaquemos también en esta presentación que lo importante de la carta no es el tema del sacerdocio en sí sino –por cuanto la redención de Jesús ha transformado toda la realidad-, el cambio de perspectiva de lo antiguo a lo nuevo. De este cambio radical de perspectiva, el tema del culto y el sacerdocio son un caso iluminador y paradigmático que nos permitirá contemplar esta transformación de la realidad y nos contagia su misma inquietud: puesto que alcanza a todo, ¿cómo mostrar el modo como dicha salvación se comunica a todas las realidades?
Ojalá estas entradas te vayan acercando distintos aspectos de esta carta -homilía, más bien- que te trae otro aspecto de la enorme riqueza del NT. Te la propongo como lectura orante que te hará entrar en un texto luminoso e inesperado.
Heb 12, 14-13, 18
Nos queda ya poco para terminar. Y no porque no pudiéramos decir muchas más cosas, sino porque estas de las que estamos hablando no son para ser dichas solamente, sino para ser vividas. ¡Si supierais con que intensidad deseo que os hagáis dignos de Jesús, nuestro Salvador! Pero más lo ha querido Él al entregarse por nosotros, por lo que es a él a quien hemos de responder. Por él hemos sido marcados con el fuego purificador que nos hace capaces de la intimidad con Dios, no como lo conocieron los profetas que se supieron muy bendecidos por ello, no como las palabras que aterraban a los israelitas en el desierto, sino que ahora hemos sido llamados a la alianza nueva y definitiva, a la alianza del cielo y la tierra realizada en Cristo, que nos llama a una existencia nueva que ha contemplado la magnífica herencia de los santos, y se encamina a ella. Esa existencia nueva ha dejado atrás las cosas caducas y entra en posesión de un reino inconmovible, en el que ha de ofrecer un culto agradable, digno de Dios, porque nuestro Dios es un fuego devorador.
¿Cómo ha de ser entonces, hermanos, el culto que en adelante estamos llamados a tributar a Dios? No la existencia de quienes viven a lo humano natural, sino ofreciendo a Dios un culto agradable, que es en adelante, por Cristo, la ofrenda de nuestra vida, transformada por él en alabanza de Dios. Unas acciones que testimonien que nuestras vidas quieren ser ofrenda viva, alabanza y acción de gracias a Dios: el amor fraterno, que se traduce en hospitalidad piadosa; la compasión ardiente y solidaria por los pobres y los que sufren; la pureza de vida en el matrimonio y la gratitud confiada en los bienes recibidos, en el modo de tratar a los dirigentes que están a vuestro servicio y en el modo de cuidar nuestra alma, alejándola de toda doctrina perniciosa, antes bien, fortaleciéndola con la gracia y aceptando las pruebas a ejemplo de Jesús. Hemos sido llamados, por el Padre, a ser culto vivo en nuestra vida por la ofrenda de Jesús, por quien vivimos en camino en esta morada transitoria que vivimos, anhelando alcanzar la ciudad futura. De este modo, unidos a Jesús, realizamos en medio de la historia una existencia escatológica semejante a la suya, y así como los antiguos eran figura del que había de venir, nosotros somos espejo que debe reflejarlo. Así como antes lo que acontecía en la tierra era caduco y provisional, el sacrificio de Jesús ha transformado toda la realidad y todo, en el cielo y en la tierra, queda atravesado de Su gloria –aunque solo la fe lo ve-, y el creyente vive manifestando esta pasión por Dios, pasión de Dios, de tal manera que vivimos esta vida sabiendo que esta no es nuestra morada permanente: ¿no notáis, hermanos, cómo vuestro corazón anhela una plenitud de fe, esperanza y amor? ¿Sois conscientes de vuestro anhelo de Dios? Esta inquietud, este deseo, este anhelo son el modo como aspiráis a la vida futura.
En definitiva, estamos llamados, hermanos, a vivir nuestra vida dando culto al Padre, al modo de Jesús. Para ello hemos de vivir unidos a Dios, ofreciéndole sin cesar, por medio de Cristo, un sacrificio de alabanza en el que nos unimos a todos los creyentes que bendicen su nombre. Esta vida que tanto en el corazón como en las obras da culto a Dios, está manifestando a Cristo, está proclamando con la propia vida que quiere el bien y se entrega a los hermanos, una vida que es sacrificio agradable a Dios.
Será el mismo Dios, que resucitó a Jesús, quien realice esta vida en nosotros. Se trata de creer en sus promesas y los signos que realiza entre nosotros, como os he exhortado con ardiente fe y piedad sincera a lo largo de este escrito.
Ahora tienes ocasión de orar con tan grandes palabras, no para alejarte de la realidad, sino para que ensanchen el horizonte y la luz de tu vida…
Si te han interesado estas entradas, seguramente quieras conocer más del Nuevo Testamento. En mientrasnotengamosrostro trabajamos uno a uno los libros del NT en clave de lectura existencial, que busca leer la Biblia y la vida conjuntamente.
Imagen: Jonas Canales, Unsplash