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Oración en el Nuevo Testamento: actitudes interiores

Si estás leyendo este blog, seguramente sabes que la oración es importante. Posiblemente, sabes también algunas cosas sobre la oración: a qué llamamos oración, por qué se recomienda tanto y algunas otras cosas relacionadas con ella. Pero puede que también te suceda que, como nos pasa con otras cosas buenas, el saber que lo son son no garantiza que las vivamos. Tenemos la extraña costumbre de saber algunas cosas, recomendarlas a otros incluso, y no vivirlas. Con la oración nos pasa (como con algunas otras de esas cosas buenas que valoramos, que recomendamos y no vivimos) que no acabamos de encontrar la puerta de entrada a ese mundo deseable: esa puerta de entrada que se te abriría a partir de encontrar un tiempo para rezar, tiempo íntimo enteramente para Dios; esa puerta de entrada que requiere que quites tus ideas acerca de lo que la oración es o debería ser y que te permitas, ante Dios, ser quien eres. ¿Por qué digo lo de la “puerta de entrada”? Porque a menudo intentamos orar haciendo lo que nos han dicho que hagamos, diciendo lo que nos han dicho que digamos, pero lo hacemos y decimos como palabras prestadas que no nos permiten encontrarnos a nosotros mismos ante Dios.

Hay muchos obstáculos que debemos remover antes de orar en verdad. Por eso, en estas entradas vamos a venir a algunas cosas que dice el Nuevo Testamento sobre la oración (¡dice muchísimas más!), con la intención de que estas palabras de Jesús que vienen a iluminar nuestra vida, te sirvan para encontrar un modo de relacionarte con Dios que sea la música de tu vida, y dé el tono a todo lo demás.

Vamos con estas indicaciones para orar que nos da Jesús en el evangelio de Mateo: Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Mt 6, 5-6

Jesús nos habla de que hay una actitud -hipócrita- que es la que se vale de la oración para que los demás te vean. Y Jesús dice: la paga de estos, el premio de los que quieren que los vea la gente, es que los verá la gente. Pero no han querido dirigirse al Padre, sino que los viera la gente, y por eso, no tendrán al Padre, sino el aplauso de la gente.

Esto nos hace caer en la cuenta de otras intenciones espurias que podemos tener cuando nos proponemos orar: rezo porque así voy a sentirme bien, rezo porque así doy ejemplo a otros, o porque otros lo hacen y me valorarán… Ya nos ha dicho Jesús que si cuando vas a orar te acercas valorando otras cosas que el propio encuentro con el Padre, conseguirás esas cosas que buscabas (a veces, tampoco eso que buscabas), pero no te encontrarás con el Padre. Y es que las personas nos aferramos con facilidad a los bienes que se ven, y dudamos más de lo que no se ve… es hipócrita, pero durante quizá mucho tiempo de la vida, preferimos que nos valore la gente a estar con Dios.

Hace falta que ese deseo de estar con Dios, que también está presente en nuestro corazón junto al deseo de que nos vea la gente, vaya teniendo más espacio en nuestra vida. Para que eso se dé, hace falta que, cuando aparece el deseo de estar con Dios por Dios, y no porque a ti te conviene, te interesa, etc., le des espacio. El deseo de Dios está presente en el corazón de cada persona que ha recibido la fe (y en el anhelo sin nombre de much@s que no la han recibido), pero no basta con sentirlo, sino que hay que darle espacio.

Dios merece nuestra atención entera y nuestro corazón indiviso. Podríamos decir que solo Dios merece lo mejor de nuestro corazón y de nuestra atención, aunque generalmente tardamos en reconocerlo. Para llegar a ello es preciso que empecemos dándole esa atención y ese tiempo a solas, en intimidad, porque es este el modo de dar lo mejor de lo nuestro. Prueba a darle tu atención y tu tiempo a Dios, e irás experimentando que en el encuentro con él se da algo que no encuentras en ninguna otra parte.

Nos dice Jesús a continuación que al orar no nos perdamos en palabras (Mt 6, 7-8), porque lo que importa es abrir el corazón y hablar con el Padre desde su modo de mirar, desde sus preferencias. Jesús nos dice que en vez de nuestras muchas palabras y nuestras ideas sobre Dios, nos dirijamos al Padre con las palabras que Jesús nos ha enseñado y los modos de mirar la vida, a los hermanos, que son los de Dios mismo. Así que la oración no es algo que hago desde mí, sino algo en lo que me dejo conducir por Dios, dejando que se caigan las ideas que tenía y abriéndome a lo que Jesús, con su modo de mirar, me enseña acerca de cómo dirigirme al Padre.

¿Por qué no pruebas a relacionarte con Dios así? Puedes ir al texto de Mateo y seguir hablando con el Padre desde lo que nos enseña Jesús.

El documento Aprendizajes vitales. Relación con Dios, que te puedes descargar aquí, te ayudará a hacer este recorrido.

Imagen: Whoislimos, Unsplash

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