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Un proceso que tiene a Dios como horizonte

Leía hace poco una frase de alguien que decía: “Una de las mejores cosas de la vida es que, al paso de los años, tienes la libertad de reconocer que con algunas personas no te llevas bien, y no pasa nada”. Es libertad reconocer que es así y que no puedes hacer nada, es así. Y está bien reconocer eso, y no quedarte encallado en este punto. Pero… reconocerlo no requiere mucha libertad. Dicho de otro modo: la libertad, una capacidad tan grande, ¡tiene que ser para mucho más que esto! Y es que cuando reconoces que con algunas personas no te llevas bien, aún te queda mucho camino, y más, a la luz de lo que nos ha mostrado Jesús.

Para reconocer que con algunas personas no te llevas bien solo hace falta abrirse a la experiencia y tener la humildad de aceptar que con intentarlo no basta. Mejor reconocerlo, sin duda, pero es un descubrimiento limitado: sobre todo, porque cuando uno hace esta afirmación, aún no ha salido de sí mismo, que es el primer estadio en cualquier proceso. Simplemente, has tomado la distancia suficiente para asumir que no puedes llevarte bien con todos sin censurarte por ello. Pero la vida que Jesús nos propone es mucho más grande que esto, y no se define por un “no te llevas bien y no pasa nada”, sino por el sí en el que se abre, de verdad, la vida.

El camino continúa, y lo percibes mucho más amplio, cuando puedes llegar a decir: “tienes la libertad de aceptar que hay personas con las que no te entiendes, y a las que sin embargo no dejas de amar”. Esto es mejor, porque no pone la última palabra en la negación y manifiesta esa gran verdad que sabe que nosotros, ninguno de nosotros somos el centro.

Y es mejor aún cuando dices: “a pesar de no llevarme bien incluso con personas muy cercanas, acepto mi limitación y la muerte que yo añado a ello y confío en que tú, Jesús, puedes hacer de esta muerte un lugar de salvación”. Aquí ya no estamos nosotros en el centro, sino que nos vaciamos de lo nuestro y en ese espacio libre puede manifestarse el querer de Dios, que saca vida de nuestros desencuentros y de nuestras muertes.

De esto último, si llegamos a vivirlo, sí podríamos decir que es “una de las mejores cosas de la vida”.

Algo que nos enseña la relación con Jesús es que la vida es siempre más que aquello que llamamos “bueno” o que llamamos “suficiente”. Si la referencia de nuestra vida es Jesús de Nazaret, nuestro camino se dilata hasta ese “más” que él nos ha propuesto, y nosotros con él. Como dice Pablo en la carta a los Colosenses: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vida nuestra, se manifieste, entonces vosotros seréis también manifestados con él en la gloria. Col 3, 1-4

Lo que nos dice Pablo no es solo para las profundidades de la existencia, sino que se concreta en la vida de cada día: esa vida en la que nos pasan cosas (por ejemplo, que nos llevamos bien o nos llevamos mal) y nos abrimos a ver qué horizonte se abre desde ahí. Y a medida que caminamos vamos descubriendo que esa muerte de Cristo que nos ha rescatado de la muerte nos permite dar muerte al ego y a todo pecado y caminar victoriosamente hacia la relación con él, hacia la vida en plenitud, hacia el nosotros que refleja la comunión trinitaria.

Habría muchas más cosas que decir de este texto…¡te propongo que reces con él esta semana, a ver qué te dice a ti!

Imagen: Rowan Heuvel, Unsplash

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