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Tres hechos desconcertantes en un mismo templo

Jesús entró en el templo y echó a todos los que estaban allí vendiendo y comprando, volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas. Y les dijo:

-Está escrito: Mi casa es casa de oración, pero vosotros la convertís en cueva de ladrones.

Algunos ciegos y cojos se acercaron a Jesús en el templo, y él los curó. Pero los jefes de los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, al ver los prodigios realizados y a los niños que aclamaban en el templo: “¡Hosanna al Hijo de David!”, se indignaron y le dijeron:

-¿No oyes lo que están diciendo?

Jesús les respondió:

-Sí. ¿Es que nunca habéis leído aquel pasaje de la Escritura que dice: De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza?

Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, y fue a Betania, donde pasó la noche.

¿Sabes esas situaciones en las que se repite algo que no es corriente que se dé? El término que Jung usó para estos hechos es sincronicidades, que define como “la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal” como la unión de los acontecimientos interiores y exteriores de un modo que no se puede explicar pero que tiene cierto sentido para la persona que lo observa (https://lamenteesmaravillosa.com/no-existe-la-casualidad-existe-la-sincronicidad/).

Aquí tenemos descrita una serie de sincronicidades.

Venimos del texto anterior, en que él, a su modo que no es el nuestro, ha preparado su entronización y ha sido aclamado como rey por las multitudes. Ahora, entra en Jerusalén y viene al templo. Aquí es donde vemos esta serie de sucesos desconcertantes:

  • Jesús entra el templo y vuelca las mesas de los que comercian en el atrio. Denuncia que este comercio traiciona el sentido propio de la casa del Padre, y lo hace con poder y autoridad.
  • Mateo nos dice que, también en el templo, algunos ciegos y cojos, personas con dolencias reconocidas, se acercan a Jesús y son sanados por él.
  • Nos dice que, también en el templo, los niños aclaman a Jesús como rey: “¡Hosanna al Hijo de David!”.

Ahora, nos paramos. Si un día vas al templo y ves estas tres cosas que nunca pasan, ¿te preguntas? ¿Qué te preguntas? Son sucesos, sin duda, desconcertantes.

Un modo de preguntarse por ellos es, como hemos dicho estas semanas anteriores, abrirse al asombro que estos hechos producen y seguir interrogándonos, conscientes de que “aquí”, en este punto de la historia, sucede algo importante.

Otro modo de preguntarse es, reconociendo su carácter asombroso, no continuar por este camino, sino dejar caer la pregunta porque no confías en encontrar una respuesta.

Y luego están quienes, viendo estos hechos asombrosos, intentan frenarlos a base de negarlos, a base de negar a quien los refleja.

Decíamos que las sincronicidades son esos sucesos que se dan simultáneamente –en este caso, todos ellos en el templo- y están vinculados por el sentido de manera no causal. Efectivamente, estos tres hechos están vinculados por el sentido: todos ellos remiten a la persona de Jesús, que es reconocido como Señor:

  • cuando vuelca las mesas de los cambistas, porque él es quien reclama que el templo sea para lo que el Padre quiere, y él actúa con autoridad para devolver al templo su función original.
  • Cuando los cojos y los ciegos se acercan a él, están reconociendo en Jesús una potencia de curación que los atrae a su persona, y también lo reconocen con autoridad y compasión.
  • Cuando los niños lo aclaman como el Santo de Dios, también orientan nuestra mirada hacia Jesús.

Te preguntaba antes si, entrando un día al templo, te encontraras con que Jesús hace esto de echar a los que están vendiendo y comprando; y te dieras cuenta después de que los que tienen conciencia de enfermedad, se acercan esperando curación; si finalmente vieras que los niños lo alaban, ¿cuál sería tu reacción?

  • Puede ser que te asombraras y siguieras preguntándote, pidiendo al Espíritu que te mostrara el sentido de lo que estás viendo.
  • Puede ser que dijeras “qué raro” o “qué curioso”. Que incluso lo comentaras al llegar a casa, como cuando ves un cielo de color diferente o tres coches amarillos. Se queda ahí.
  • O puede ser que percibas amenaza. Que el contemplar la autoridad de Jesús en el atrio del templo, ver después la esperanza de los que se le acercan y el gozo limpio de los niños, te lleve a cuestionar a Jesús porque no para esta situación, como hacen los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Para ellos, no hay asombro que valga: han visto algo que se sale de sus esquemas, y están resueltos a frenarlo. No es casual que Mateo nos cuente esto antes de la pasión: esta libertad de Jesús que reconoce y acepta el entusiasmo de los que lo buscan, esta pasión por las cosas de su Padre le lleva a actuar de un modo que contraría la ley. Los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley se abren, siquiera como posibilidad, a que lo que Jesús manifiesta y estas personas reflejan, pueda ser verdad. Lo único que ven es que el modo de Jesús contraría, se enfrenta, amenaza lo que ellos sirven, representan, valoran, creen.

Las sincronicidades nos llevan más allá. Dios se vale de ellas para señalarnos un camino que tambalea nuestras seguridades, nuestras costumbres, nuestras certezas, y señala más allá. Si nos dejamos llevar por lo que estos hechos sugieren, nos vamos abriendo a otra realidad que desconcierta, que muchas veces resulta temible o que no sabemos vivir, y que nos colocará en otra lógica que la nuestra.

Pero cabe también que ante lo que no entendemos, lo que es diferente a lo que pensamos o lo que nos resulta correcto, nos volvamos contra aquello que resulta amenaza, para destruirlo.

¿Y si nos estamos cerrando a la vida?

Este relato de hoy nos hace preguntarnos cómo nos situamos ante la realidad, y ante Dios, que está presente en ella.

Imagen: Gaelle Marcel, Unsplash

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