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Mirar la vida con los ojos de Dios

Gen 3, 9-15

Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6.7-8

2 Cor 4, 13–5, 1

Mc 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: “Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

 

Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno”. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.

Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.

Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

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¿Estabas escuchando cuando he leído el evangelio? A veces nos pasa que empezamos con atención, pero luego, con cualquier palabra de lo que oímos, o con algo de lo que llevamos por dentro, te distraes y te vas muy lejos.

En este caso es aún más fácil distraerse, porque lo que dice Jesús aquí, que cuesta escuchar, cuesta también entender. Así que vamos a volver a ello intentando aprender de lo que dice Jesús.

El texto dice muchas cosas, pero yo me voy a fijar en algunas. Esto pasa también muchas veces: los relatos del evangelio son tan ricos como la cueva de Ali Babá, y de tantos tesoros que hay, a veces no sabes ni en qué fijarte…

Empieza diciendo que había muchísima gente que seguía a Jesús, tanta que Jesús ni come ni hace otra cosa que atender a la gente que le sigue. Y ese modo de vida que tiene Jesús provoca una serie de reacciones entre los que le rodean, cercanos o lejanos:

Primero aparecen sus parientes, cuando se enteran de la vida que tiene, que habían venido a buscarlo pues decían que se había vuelto loco. Sin comentarios. No es que no los  haga yo, es que el texto no los hace.

Luego nos presenta Marcos la reacción de unos escribas que, viéndole hacer, dicen que Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera. Esto, en cambio, no se va a quedar sin comentario. A los que han dicho esto, los llama y les hace ver lo contradictorio que es que Satanás se rebele contra sí mismo, porque entonces se destruirá. Al contrario: Satanás solo puede contra un hombre fuerte cuando primero lo ha sometido. Solo entonces puede atacarlo.

A raíz de este comentario que le han hecho los escribas, Jesús se pone muy firme. El texto nos dice que lo que viene a continuación lo ha dicho porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.
Y lo que dice es esto: Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno.

En este evangelio se nos habla de algunas reacciones que provoca la persona de Jesús. La extrañeza, o quizá la vergüenza que produce entre sus parientes, que llegan a querer llevárselo porque está loco. O la condena de algunos escribas y maestros de la ley que no creen en él y le vigilan, o le ponen trampas o le discuten y desacreditan. También ocurre, cuando habla o actúa Jesús, que algunas de las cosas que dice resultan sorprendentes, como cuando le hemos escuchado decir que el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Jesús es tan grande, que los acercamientos que hacemos desde lo nuestro, desde lo humano natural –esto es, cualquier acercamiento que no sea desde la fe-, intentan entender lo de Jesús desde las propias “entendederas”, y así se ve… que no nos enteramos de nada.

Pero una cosa es que no nos enteremos de nada, como cuando decimos que Jesús está loco, cuando lo vigilamos y no entendemos sus palabras, o cuando escuchamos cosas tan desconcertantes que una no sabe dónde encajarlas… (por no hablar de que, siéndolo todo y pudiéndolo todo, ha elegido venir a vivir con nosotros, para nosotros).

Eso de que no nos enteremos es una cosa que Jesús padece pero de la que no dice nada –nos has padecido todo el tiempo, Jesús-, porque quien así habla no ve, pero no quiere mal a Jesús en su no ver.

Eso es una cosa, decimos.

Y otra cosa es que, cuando has venido a vigilar a Jesús que te atrevas a decir que sus obras, en las que no eres capaz de reconocer la clamorosa presencia de Dios que irradian, digas que Jesús está poseído por Satanás. A esto Jesús sí responde, hemos dicho. Una respuesta así significa que Satanás ha minado tu fortaleza y ha saqueado tu casa, porque lo que dices evidencia el mal que te domina. Cuando dices algo así, estás haciendo malo: estás emparejando con el Malo al Santo de Dios. Aquí dice Jesús su palabra grave: se os perdonarán todos los pecados y todas las blasfemias –esas que son producto de nuestro pecado, de nuestra cerrazón, de nuestra ceguera- pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, porque quien blasfema contra el Espíritu Santo está haciendo Malo al Amor de Dios, está queriendo trastocar la realidad negando a Dios, negando su Amor.

De esto habla el Génesis en la primera lectura: del peso del pecado que arrastramos y que nos tiene arrastrados… precisamente porque el pecado rompe la comunión original entre Dios y nosotros: por el pecado se rompe la comunión original y dejamos de ver las cosas como son. Dejamos de ver a Dios como Amor y como Amigo, y empezamos a verlo como Juez, Ser lejano o enemigo. Dejamos de ver a los hermanos como presencias de Dios, para mirarlo todo y creer comprenderlo todo en función de los propios miedos o los propios intereses o la propia luz o la propia lógica.

Solo la fe, la esperanza y el amor que comprenden a Jesús por lo que es y hace Jesús –que no está loco, que los escribas venidos de Jerusalén están dominados por el mal, que Jesús viene a iniciar unas relaciones nuevas fundamentadas en el amor del Padre- pueden abrirnos a la verdadera realidad.

Una mirada, esta de la fe, que transforma primero tu mirada y luego el modo como estás en el mundo. Una mirada que transforma lo viejo en nuevo, según la lógica de Dios: en vez de achatarte según lo que te sale, según el modo como mira tu cultura, según las cosas del mundo, se te dará ver las cosas a la luz de la mirada de Dios que se te ha concedido. Este modo de mirar/vivir que es inmenso, es del que Pablo nos habla en la segunda lectura: Nosotros no ponemos la mirada en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno.

Ojalá pidamos, recibamos, acojamos y ejercitemos en nuestra vida este modo de mirar de Dios y nos dejemos conducir por él para abrirnos a todo.

Imagen: Sutirta Budiman, Unsplash

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