Le seguían muchos; sanaba a todos y les pedía encarecidamente que no lo divulgaran. Así se cumplió lo que anunció el profeta Isaías: Mirad a mi siervo, a mi elegido, a quien prefiero. Sobre él pondré mi Espíritu para que anuncie la justicia a las naciones. No gritará, no discutirá, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta que haga triunfar la justicia. Y en su nombre esperarán las naciones. Mt 12, 15-21
En estas entradas estamos intentando aprender de Jesús esta vida humana que en él se reconoce plena. Sin embargo, ¿qué decimos cuando decimos “creer en” Jesús? Imitarle, no es posible. Admirarle, no es suficiente. Reconocer su enormidad sin que se traduzca en vida para los humanos sería locura. Como dice el libro de los Hechos, no hay otro nombre que pueda salvarnos (cf. Hch 4, 12).
¿De qué hablamos entonces, cuando decimos “creer en Jesús”? Hablamos de esa fe, de ese creer en que se fundamenta toda nuestra relación con Jesús. Ese creer hace que nos apoyemos en él, y no en nosotros. Ese creer desborda la admiración y la convierte en seguimiento. Trueca la imitación en obediencia, y los sueños en realidad. Creer hace posible que la vida de Jesús, tan inmensa que se eleva como referente para todos los hombres y mujeres de todos los siglos y de todos los pueblos, llegue a ser carne en nuestra carne.
Para que esta afirmación no sea solo un titular desencarnado, vamos a concretarla a partir de la lectura de hoy.
Lo primero que se nos dice es que Jesús sanaba a todos. Si sacas a pasear tu racionalidad, seguramente eches cuentas y digas “pues no sanaba a todos… en el evangelio solo se dice de algunos”; si es tu emotividad la que activas al escucharle, puede que te enardezcas porque haya habido así un hombre entre nosotros, o que te desalientes porque eso ya no pasa; si es tu visceralidad la que predomina, defenderás a capa y espada ese “para todos” en el tono que sea, o reclamarás a Jesús que siga haciéndolo así, pues muchos ya no se enteran…
¿Qué pasará, si crees? Que todas esas palabras de lo humano “desde nosotros” darán paso a la fe. Que empezarás creyendo que Jesús sanaba a todos, y ese será el dato que te guíe. Empezarás a mirar la acción de Jesús, y la vida, desde esta salvación de Jesús que va sanando por donde pasa, más allá de que unos se enteren y otros no, y tu modo de mirar empezará a dejarse guiar por la fe, que deja atrás tus modos si no sirven para creer.
Y eso solo será el principio. Empezarás, después, a dejarte conducir por su lógica. Esa lógica de uno que sana a todos pero pide encarecidamente que no se divulgue lo que hace, que no se extienda. Te sorprenderás, primero, por esa lógica tan contraria a la que nosotros usamos en nuestro mundo. Tan contraria que te llevará a elegir entre la lógica de nuestro mundo y esa lógica de Jesús. Esa lógica que seguramente no entiendes, pero que es la de Jesús. Y es que Jesús empieza a ser para ti más real y más fiable (eso es creer en él) que todo lo demás.
Y dice Mateo que en este hombre que sana y no difunde su salvación, que quiere llegar a todos pero no lo hace por los cauces de todos, se cumple una profecía: el que así actúa, es el preferido de Dios. Igual tú no lo entiendes. Igual no lo entiende casi nadie entre los que te rodean, pero Dios prefiere a este hombre que actúa así.
Un hombre que no se define por su saber, por su capacidad de enseñar o de salvar, aunque en él haya mucho de todo eso.
Un hombre que se define por la presencia en su vida del Espíritu de Dios. Un hombre que ha sido llamado para anunciar la justicia a las naciones, y que para realizar este anuncio no hace nada de lo que nosotros asociamos a anunciar: no grita, no discute, no vocea por las calles, no impone su anuncio y a veces ruega que no se divulgue.
Un hombre que viene a hacer triunfar la justicia y no lo hace por medios violentos, sino por medios pacíficos. No lo hace empujando al tiempo, sino dejando que pase, que las cosas sean. Aunque el plan es inmenso, no descuida lo pequeño. Y aunque no se hace propaganda, las naciones todas esperarán en él.
Hemos hablado de creer en Jesús como puerta para abrirnos a su modo de ser y de vivir. Este creer en Jesús pasa por creer sus palabras, que se realizarán, al precio de dejar de caer las nuestras, nuestra lógica, nuestros criterios, en la medida en que son contrarios a este anuncio de salvación y de vida.
Creer en Jesús significa creer que lo que Dios ha dicho de él, que la vida que ha vivido y la esperanza que ha supuesto y supone para tantos seres humanos de todos los tiempos, es la vida que es vida, que salva, que sostiene la esperanza de nuestro mundo.
Imagen: Anderson W. Rangel, Unsplash
Lo de la fe se nos hace tantas veces tan… no se, abstracto, diluido, sin cuerpo… últimamente llevaba esa pregunta por dentro, sin contentarme con respuestas que salían. Me preguntaba qué es, que significa en nuestra vida concreta, sin irme a espiritualismo, a “me parece a mi o según mi experiencia”, a fórmulas teológicas densas, los modos de siempre… Gracias por esta entrada, al leerlo sé que es verdad. Y qué caminos tan desconcertantes los De Dios, qué tanto tienen que ver con dejar (primero, caer lo nuestro, para después dejar hacer a Su modo).
Qué caminos tan desconcertantes los de Dios, sí, Marta… y qué sabios resultan cuando, dejando caer esas fórmulas densas, esos modos de siempre, nos abrimos a su Palabra que es, literalmente, ¡Vida!