Me has preguntado qué es para mí el bautismo, y quiero responderte. Siento decirte que quizá sea la primera vez en mi vida que me pregunto en serio, ¡en serio!, para qué he recibido el bautismo. Hace unos días, hablando con unas mujeres en la cárcel (soy voluntaria en el módulo de mujeres de la cárcel de X), les dije que sabía la fecha de mi bautismo, una semana después de mi nacimiento: 28 de noviembre. Una de ellas, Fabiola, me felicitó calurosamente, no por la fecha, sino por el hecho de estar bautizada. Es más que el nacimiento, me dijo. Yo no lo pensé más entonces y seguí hablando, pero registré esta felicitación suya y la he guardado en el corazón, donde se me ha ido haciendo vida.
Ahora quiero hablarte de lo que he ido viendo.
El bautismo me hace hija de Dios al modo como lo ha sido Jesús, el Hijo. Me une a su pasión, a su muerte y su resurrección. Por el bautismo, mi vida se convierte en una vida como la suya: una vida que viene de Dios, que acoge por amor los dolores de los hermanos y se abandona, con ese peso y esa muerte, en el Padre. Se abandona con un abandono de muerte, porque el pecado mata. Y el Padre lo resucita.
En adelante, esta será la lógica del vivir para los que siguen a Jesús: vamos a sufrir como todo el mundo, y además, como muchos, seremos sensibles a los dolores de nuestros hermanos. Por la fuerza del Bautismo, podemos abrazar esos dolores (eso es la Pasión de Jesús, eso hace la Pasión), y entregárselos al Padre, con Jesús y como Jesús. A veces esos dolores nos matarán y otras seremos librados de la muerte. En todo caso, esa muerte no será la muerte última, sino esa que te despoja de lo que te sobra y te libera para amar. Y después de la muerte, conoceremos, ya en esta vida, una mirada nueva, una vida nueva que se expresa de formas muy concretas: quieres vivir con esos hermanos tuyos dolientes, quieres que conozcan a Jesús, quieres que la fuerza de Jesús sane sus dolores y sus males y que conozcan esa vida nueva que es más grande que todo.
Aunque no lo miras mucho, cuando te detienes caes en la cuenta de que esto es vivir como hijo, como hija de Dios: sabes que el Bautismo, por el que la salvación de Jesús se inserta en tu vida, es poderosa para que vivas queriendo salvar a tus hermanos. Por eso dices que vives una vida nueva: esta es la vida que vence a la muerte.
Hay que consentir en este proceso de vida-muerte-vida que está implícito en la realidad, que ha sido asumido por Jesús y que ha sido elevado, por su muerte y su resurrección, a forma de vida cristiana que se realiza por el Bautismo.
No es que sea fácil, en nuestro tiempo, vivir desde esta potencia inmensa que es el Bautismo. Es mucho más fácil alegrarse por las cosas que se ven, se tocan, huelen; aterrarse por las que se oyen, te cuentan, duelen. Hay que ir más al fondo si quieres vivir del Bautismo. Hay que creer, y acrecentar esa fe en la oración; hay que esperar, y comprometerse en la historia para suplicar la esperanza; hay que amar, con ese amor que te desgarra a menudo y que Dios hace nuevo.
Por esto celebramos, en este tiempo de Cuaresma, la vida que Jesús nos ha traído: para que su salvación se haga más y más nuestra, y nos hagamos así más y más suyos, más de todos.
¿Te sumas a vivir este tiempo de esperanza cuaresmal que te orienta a vivir de manera que llegues a adorar al Crucificado – Resucitado, reconociendo que en él está la salvación del mundo?
Imagen: Kaleb Tapp, Unsplash