El Amor da sentido a todo lo que existe. Todo se crea, se mueve y se despliega por el Amor.
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De repente, nos hemos hecho conscientes de lo que supone nuestro enfrentamiento con el Amor. Porque el Amor no lo destruyen solo “los malos”, esos hombres y mujeres cuyo corazón está tan poseído por el pecado que han identificado a Jesús como el enemigo al que tienen que destruir. También nos enfrentamos al Amor cuando dejamos de creer en el amor, en el bien, en la vida que él ha traído al mundo, y eso, ¡es tan fácil para nosotros! Nos enfrentamos al Amor cuando preferimos defendernos de la debilidad –propia o de otros- que abrazarla; negamos el Amor cuando la traición, la venganza, el egoísmo, la indiferencia, el rechazo, la justificación de lo nuestro o los nuestros nos parecen la única salida posible; ignoramos el Amor cuando nos negamos a perdonar, a tender la mano, a socorrer al que está solo, a compadecer al que está desfigurado, a quien ha caído. Desconocemos el Amor cuando jugamos frívolamente con sus imitaciones: la amabilidad hipócrita, la seducción posesiva, el placer endiosado, la ternura cómoda, el cuidado indiferente… Desfiguramos el Amor cuando ponemos a su lado a cualquiera de nuestros dioses: el Trabajo, la Justicia o la Libertad, la Solidaridad o el Futuro, entendidas como negación de ese Amor que lo es todo y da sentido a todo…
Porque el Amor da sentido a todo. En nuestra confusión, tardamos en verlo. Confundimos el conocer la palabra “amor” con vivir desde el Amor, y por eso, durante mucho tiempo que Dios nos regala de vida, creemos incluso que tendremos tiempo de escoger el Amor porque “sabemos” que es lo más importante… ignorantes de que sólo experimenta el Amor quien le entrega la vida, y que quien le entrega la vida, la pierde, porque Dios la toma y la hace arder, para que se convierta en fuego de Amor, y dé vida al mundo. Hemos sido creados por el Amor y para Amar. A medida que echamos el Amor de nuestras vidas, estas dejan de tener sentido: ¿lo percibes?
Como veíamos ayer, el Amor es el sentido y la esperanza de todo lo que sufre en nuestro mundo. El sentido y la esperanza de los dolientes de la tierra está en este dolor que se hermana con ellos y transforma las heridas en lugar de esperanza. Si el Amor no está, si es posible vencerlo y acallarlo, si llegamos a darle muerte, ¿qué esperanza hay para los pobres de la tierra? No es del mal de donde les vendrá el consuelo, eso ya lo vemos. Los pobres de la tierra se levantan y luchan por la existencia en la esperanza de que Dios vendrá y los consolará tiernamente. Y todos los demás, aunque nos engañemos con tantas baratijas, también. También vivimos porque aspiramos a una vida mejor, a una vida que recibe sentido por el amor.
Y el Amor es el sentido –perversamente entendido, pero sentido- de todos los esfuerzos del mal por invadirlo todo. ¿Qué desea el mal, al aumentar su poder y su fuerza, sino ocupar el lugar de Dios? ¿En qué quedaría el mal si le quitáramos la posibilidad de enfrentarse a Él, de contemplarse en su rostro, aun sin saberlo? Sin la referencia al Amor, el mal se cierra sobre sí mismo, y acaba, al fin, por destruirse y destruir todo lo que cae bajo su dominio.
En este día – Sábado Santo, Sábado en que el Hijo de Dios yace, mudo y yerto, en el sepulcro- contemplamos cómo el Amor ha sido silenciado, injuriado, muerto. Y en este mundo dejado, al menos en este día, a merced del mal, la vida no tiene sentido. A veces nos escandalizamos de no encontrar sentido a la vida, o de que otros no lo encuentren. Quita el Amor de Dios -manifestado en las formas concretas, en las de todos los días- que es el que nos hace percibir amor y esperanza y sentido en cada esquina, y tarde o temprano, la realidad toda se vaciará de sentido: la de los pobres y también la de los ricos, la de los que no pueden y la de los que creen poder. La de los tontos, la de los listos y la de los que no quieren enterarse. A muchos nos costará verlo, porque nuestro vivir “en automático” a veces nos hace identificar el sentido con lo que hacemos siempre, con lo que parece bueno, con lo que parece útil, con lo que parece justo o valioso. Tarde o temprano, no sabremos por qué hacemos lo que hacemos, ni a quién le sirve, o el sentido que tiene. Y es que el sentido viene del Amor, como decimos… tanto más te alejas del Amor, tanto más sentido pierde la existencia.
Así sucede en nuestra vida: salimos de las manos del Creador vinculadas al Amor, llamadas a realizarlo en la existencia; el mal nos atrapa, nos deforma, nos lleva a deformar el mundo, hasta que clamamos a Jesús que venga y nos salve. Ese tiempo de tinieblas, ese tiempo de sufrimiento que son tantos y tantos días de nuestra vida pueden ser también la gestación que nos lance, por su misericordia, a la vida nueva que resulta del paso por la muerte unidas a Jesús. Y es que todas esas muertes, tinieblas, periodos de insensibilidad y oscuridad que vivimos, podemos vivirlas unidas a Jesús, que ha estado, por Amor, en el seno de la muerte.
En este día, un gran silencio llena la tierra. El silencio de las criaturas que esperan del Creador la palabra que las sostiene en la existencia. Esa Palabra que bombeaba Amor, y que ahora, por un breve tiempo, se ha acallado. La Palabra ha sido silenciada por el poder del mal, y toda la realidad está en suspenso, esperando para vivir a que la Palabra resuene de nuevo y siga bombeando vida, relación, Amor.
Contempla en este día el cuerpo de Jesús muerto, exangüe, tal como lo encontrábamos en nuestra celebración. Contempla esa carne inocente en la que el mal ha clavado sus garras. El mal hace lo que nunca debería hacerse, y destruye lo que nunca debería haber sido destruido. Ahora, en silencio, miramos al Padre y le mostramos nuestra infinita soledad, que clama por el Otro, por Dios, el verdadero compañero de nuestras vidas. En silencio, le pedimos al Espíritu que rescate a Jesús, el Hijo, el Amor, de las garras de la muerte y manifieste así la victoria de Dios sobre todo mal, en adelante y para siempre.
Imagen: María M.