Hace unos días hablaba con un hombre al que, a sus cincuenta y pocos años, le ha cambiado la vida. Por fuera no se nota nada. Solo sus cercanos son conscientes del cambio, un cambio que ya dura dos años. Ahora, a la luz del tiempo pasado, puede leer en profundidad el cambio: Jorge, vamos a llamarlo, ha pasado de ser él quien llevaba su vida a que sea Jesús quien la lleva. Este es el núcleo de la transformación: Jesús se ha puesto en el centro. No fue de golpe, como a veces pasa, sino que se ha ido dando gradualmente.
Primero fue la necesidad de creer: él siempre ha tenido fe, pero una cosa es ese genérico “creer en Dios” y otra el decidirte a creer en lo que Jesús ha dicho. Esto solo pasa cuando tus apoyos, tus modos de mirar la vida fallan y te queda la fe como única salida. Es así como te apoyas en ella.
La fe te da otro modo de mirar. Un modo de mirar que desconcierta, que a veces da vértigo o asusta, porque desde la fe ves las personas y las cosas a otra luz que la que antes habías visto. Ves tu vida a otra luz, que no es la del discurso, victorioso o derrotista, ilusionado o desengañado que te habías hecho de la vida, sino que ahora ves las cosas y a las personas en su realidad, en una realidad más objetiva, y no desde tu mirada, que ahora sabes que solo era parcial, la tuya. No solo limitada y egocentrada, sino dominada por la oscuridad del pecado que llevamos dentro, incluso en los discursos “poderosos” que a veces nos montamos.
Empiezas a ver las cosas y a las personas a su verdadera luz, y empiezas a ver a Dios como real. A veces empiezas a reconocerlo presente en todo, otras veces ves primero la persona de Jesús, que se pone en el centro y te guía, te enseña, te atrae. Otras veces es a Jesús en la cruz, que de modo desconcertante, te consuela y te llena de esperanza. O empiezas a descansar en el Padre, a reconocerlo presente en medio de la vida. O pides ayuda al Espíritu, le pides su luz para vivir, tú que siempre lo querías haber hecho todo solo…
Se van dando situaciones con las personas, situaciones en el trabajo, en las que a veces quieres responder como antes, y sale mal; o que intentas responder de ese modo nuevo que deseas, pero no sabes cómo hacerlo. Ahora, ese no saber te remite al Espíritu, te remite a una nueva mirada, a una nueva vida. A veces te es más fácil hacerlo así. A veces no sabes cómo, y eso te ayuda a acudir al Espíritu y te responde. Otras, acudes al Espíritu y no sabes qué te dice, o no te dice nada, o no sabes qué te dice… tienes que aprender a escuchar, pero incluso en medio del desaliento, vas escuchando una voz que te dice que sigas por ahí. Que importa más estar en relación con el Espíritu que conocer la respuesta a eso que te inquieta. Así vas aprendiendo a fiarte, así vas aprendiendo a colocar en su lugar lo importante y lo secundario: importante es que el Espíritu está a tu lado, más que conocer las respuestas.
Aprender a relativizar será uno de los muchos aprendizajes que vamos a hacer por este camino. Descubriremos también que este aprendizaje libera, y que esa liberación da lugar a otro modo de estar en la vida que es humano al modo de Jesús, y no al nuestro. Descubrimos, poco a poco, que aquella vida “por puños” en la que estábamos implicados no solo era más costosa, sino que no era verdadera vida. Descubrimos que dejarnos guiar por Dios, y más, vivir en relación con él, es el verdadero modo de vivir.
Esta transformación de la que estamos hablando, y que contiene tantas maravillas que solo la vida de quien la vive puede dar razón de ella, es la vida que el Espíritu quiere realizar en ti. Ojalá este breve recorrido te abra a dejarte transformar.
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